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este es el cuadro: la voz de Nina Simone rompe el silencio y el cuerpo baila al compás de “Feeling good” la lluvia abre la tierra y mete su hocico en la inmensidad devela la oscuridad milenaria escondida en su vientre hembra otro cuadro: mis manos danzan maliciosas en torno al poema que no se deja y esconde el rostro en su propio miedo escarba con un plástico roto ese lugar donde las piedras interrumpen el tránsito de estos pies que buscan continuidad y un territorio donde mostrar su piedad el hartazgo y un amor profundo. último  lluvia imparable sobre la sierra el diario de Mansfield reposa dormido en la mesa mas no por eso menos implacable para llegar al libro mi mano araña el mantel                                                     y deja esa marca que define el camino de regreso es entonces el momento cumbre: mi mano abraza al cuerpo rojizo y la noche sobreviene incansable y furiosa sobre el cuadro perfecto

El viaje liberado

No hay muros, te lo he dicho no hay muros. Estemos donde estemos canto y permanezco. Estemos donde estemos el presente no tiene edad. Si me despierto con la aurora ya estás en mi vida Estemos donde estemos las fuentes se desatan El ancla no es del viaje te lo digo Andrée Chedid (Egipto, 1920-2011)
Sucede que de pronto comienzo a temblar de miedo y de angustia y tomo un libro, lo abro y leo: "Si no hay coraje, que no se entre. Que se espere el resto de la oscuridad delante del silencio, solamente los pies mojados por la espuma de algo que se expande desde dentro de nosotros. Que se espere. Un insoluble por el otro. Uno al lado del otro, dos cosas que no se ven en la oscuridad. Que se espere. No el fin del silencio, sino el auxilio bendito de un tercer elemento: la luz de la aurora" Clarice Lispector. Aprendizaje o el libro de los placeres. Madrid, 1990. 
Un domingo enrevesado. Desayuno en la cama, mientras miro una peli cursi que disfruto. Me anima a comenzar el día. Café muy caliente que cae en el edredón: mi cama es un paraíso de cafeina. Menos mal que no tocó a Clarice y su Agua Viva. Agradezco esta sensación de pequeña plenitud, a pesar de que los últimos días fueron tan oscuros y tristes. A veces un instante a solas puede iluminar más que una vida entera. Quererme sin preguntas ni respuestas. Descansar la cabeza en la almohada y organizar los poemarios viejos, sucios y anónimos. También todo eso es mío. Ahora a darle forma para lanzarlo al vacío del mundo. Un domingo que atraviesa una línea sombría: mi rostro aún sin lavar, ojeras y lagañas visibles al mundo. El pelo enmarañado, la cama y el desorden del siglo. Hoy es domingo y hay que disfrutarlo. 
Aproximarme a la biblioteca y pensar cuáles libros debería cargar conmigo para siempre. La tonta lágrima se derrama al iniciar el acto del sutil acomodo: primero me llevo a Clarice, eso no hay duda, pero luego se arriman otros rostros, otras voces tan queridas, que la piel se eriza de pensar en elegir algunos y descartar otros. Junto los catorce libros de Clarice y hago un montoncito, un cuadrado donde ella existe y respira y es muy mía para siempre. Mirar de cerca la biblioteca, pequeño rincón íntimo, y querer llevarla toda conmigo. Los viajes y los libros no pueden ir de la mano, pareciera existir un imposible entre estos dos, y la obsesión mía por juntarlos, hacer lo posible porque ellos funcionen de la mano. Aproximarme a la biblioteca y permitir el llanto desbordado, la voz detenida, la angustia por no saber cuándo es el momento de recoger la siembra.
Corazón negro como roca muerta
al fondo donde todo es grisáceo corre un agua salvaje que lo inunda todo  y a todo lo hace fértil allí crece una casa que es muy mía su rincones carcomidos por las ratas el espejo que es signo de abandono ese rostro tierno ya no existe ni de frente ni de perfil solo cuando tomo una vela y las manos hacen fuego iluminando el interior de estos huesos los señalan, los invitan al convite con el cuerpo mucho más al fondo el patio de cuatro paredes insiste en merodear el sueño del hombre que duerme solo mucho más atrás crece la muerte pero mucho más adelante se está gestando la vida
y vino la lluvia, tardía, y empapó todo quedé llena de humedad lágrima tras lágrima mías qué hago con esta inmensidad ¿cómo la transformo? tanto diluvio y las manos se tornaron gruesas se miraron confundidas y se dijeron al oído "esta piel ya está muerta" y comezaron a arrancarse la cáscara era de pronto un rasguño de dedos desatados y locos un abrir y observar de cerca el hueso roto la profundidad partida las tijeras a un costado cual si fuesen el instrumento perfecto para cavar entre la carne en busca de la ansiada belleza .....
El problema es la garganta, la lengua y el ápice del habla.
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Escribir y tachar y volver a iniciar a cuentagotas mi vida. El vértigo de querer muchas cosas al mismo tiempo y de no saber cuál es la prioridad. 
Le escribo un email a una gran amiga, y entre línea y línea, le digo: en estos momentos me siento como un barco que está a punto de navegar, pero algo me sujeta al muelle, para que no naveguen mis sueños más allá de estos ojos.
Iniciar un poema con un soplo. Como un cuerpo que comienza a respirar ante el tacto del diente y la boca. Animal embeleso. A mordiscos la palabra se apunta, sobrevuela bajo. El milagro trasciende por fin al papel. El reconcomio con el pasado va tomando nuevas formas, menos dolorosas y más creativas. Continuar la búsqueda: conectar el acto poético con la voz propia. La poesía y su velo. La contracara del tedio: la escritura como nocturnidad, como aplomo, como incesante sigilo. Lugar común: la escritura como salvoconducto del hambre.
La respiración del cuerpo galopante. La incisión y el cuchillo. Los espejos y el cuerpo. La dulce tentación. El hartazgo. El escribir como forma de inaugurar el presente. Hacerle frente. Dar la cara es la única forma de sobrevivir. Cautela, me dicen en sueños. Clarice Lispector murmura desde el silencio diurno y con la debilidad de su voz ausente: “He llegado a la conclusión de que escribir es lo que más deseo en el mundo, incluso más que el amor”. Pero de mi parte no hay respuesta. Me inclino sobre el papel blanquísimo para escribir al tacto. Indefinidamente. Y el cuerpo ruge, y el milagro de la escritura se hace al fin presente. Gracias Lispector de mi alma.
Caracas, 21 de julio Lo poético no llega a mi vida. No trasciende el cuerpo. No araña a la hembra. Tampoco a la niña. ¿Dónde, entonces, anidará el gesto de la boca en penumbra? ¿Y en dónde esa boca señalando la calidez del mundo?
Caracas, 20 de julio Etiquetar los recuerdos con diferentes aromas, principalmente de aquel hotel donde trabajaba mi abuelo paterno. Una vez en la vida volví a sentirlo, en otro lado, ya ni recuerdo dónde ni en qué circunstancia. Guardarlo en la piel. Creer que en ese instante del recuerdo algo se hace presencia y nos invade. La infancia que vuelve, que atormenta, que obliga a recordar, a revivir el espacio amado. Descorchar un vino blanco, aunque no sea mi preferido, y devolverle a esta noche algo de gracia, y arrebatarle ese sentido insípido que suelen tener los viernes por la noche. Dilucidar si el río que contemplé anoche en mi sueño es una barca que me traslade a otra orilla. Que me permita comprender que el agua mansa me acurruca en sueños, dulcemente. Y yo me dejo. A Dios gracias el cuerpo sobrevive. Escribir aunque ya no exista una verdadera vocación. Sin fin

Fragmentos de la crónica "Baños de mar" de Clarice Lispector

"Yo me sentaba en el extremo de un asiento, y empezaba mi felicidad. Atravesar la ciudad oscura me daba algo que nunca volvería a tener. En el mismo tranvía el día clareaba y una luz trémula de sol escondido nos bañaba y bañaba el mundo" "Pasábamos junto a hermosos caballos que esperaban de pie el amanecer. No conozco la infancia de los otros. Pero ese viaje diario hacía de mí una niña llena de alegría. Y me sirvió como una promesa de felicidad para el futuro. Mi capacidad para ser feliz se revelaba. Yo me aferraba, dentro de una infancia muy infeliz, a esa isla encantada que era el viaje diario" "En el mismo tranvía empezaba a amanecer. Mi corazón latía con fuerza al acercarnos a Olinda" " Ya sé que estoy tan emocionada que no consigo escribir. El mar de Olinda tenía mucho yodo y era muy salado. Y yo hacía lo que siempre hice después: sumergía las manos como un cuenco en las aguas y acercaba un poco de mar a mi boca: yo bebía diariamente el mar
Caracas, 12 de abril de 2012 Arrancar de cuajo la mala hierba y observar el amarillo que crece de fondo, la flor atada al cáliz, la boca que muerde el dedo manso para que estos arañen y dejen marcas de ternura. Pobredumbre en el lenguaje y en la escritura. Cuesta últimamente escribir bien y con ganas. La esperanza es un ripio que se vuelve pájaro. Un ave que vuela, luego de haber estado enjaulada. Comulgo con la idea de que hay que liberar el jardín del frente, dejarlo limpio, volverlo verde. Liberar aquellos pájaros encerrados a la sombra del limonero, porque esa oscuridad no es frescura sino encierro. Sordera. Somnolientos salen al mundo. Volar con las plumas bien altivas. Decir en voz alta y frente al espejo: cuánto me quiero.
no escribo desde hace meses y me duele un tanto en la cercanía de los huesos como ese dolor punzante que no deja mover los dedos ni las piernas algo dentro se paraliza es la lengua que se dilata por la mañana y dulcemente arroja sus conjuros es el miedo el abandono el miedo al fracaso sin embargo esa sensación de poca gallardía que todo penda de una palabra dicha o silenciada pero es esa palabra que dará fluidez a las emociones no escribo desde hace meses porque no puedo mis manos están cansadas la espera la arrogancia a veces y la manía de no escribir porque ya todo está dicho y mezclado entre otras voces y ese dolor que tiembla y aterroriza que me dice que no, que no, que no y a veces que sí, que sí se puede la misericordia la bendición del mate tempranero la mirada de sus ojos a mi escote el beso y su adormecimiento crónico la escritura silenciada eso el verbo que muge pero yo no lo dejo ser bravo yo, que no le permito salir al mundo yo, desespe

Si Acaso, de Wislawa Szymborska

Podía ocurrir Tenía que ocurrir Ocurrió antes. Después. Más cerca. Más lejos. Ocurrió; no a ti. Te salvaste porque fuiste el primero Te salvaste porque fuiste el último Porque estabas solo. Porque la gente. Porque a la izquierda. Porque a la derecha. Porque llovía. Porque había sombra. Porque hacía sol. Por fortuna había allí un bosque. Por fortuna no había árboles. Por fortuna una vía, un gancho, una viga, un freno, un marco, una curva, un milímetro, un segundo. Por fortuna una cuchilla nadaba en el agua. Debido a, ya que, y en cambio, a pesar de. Qué hubiera ocurrido si la mano, el pie, a un paso, por un pelo, por casualidad. ¿Ah, estás? ¿Directamente de un momento todavía entreabierto? ¿La red tenía un solo punto, y tú a través de ese punto? No dejo de asombrarme, de quedarme sin habla. Escucha cuán rápido me late tu corazón.

Por ahí miro

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