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Mostrando entradas de julio, 2012
Iniciar un poema con un soplo. Como un cuerpo que comienza a respirar ante el tacto del diente y la boca. Animal embeleso. A mordiscos la palabra se apunta, sobrevuela bajo. El milagro trasciende por fin al papel. El reconcomio con el pasado va tomando nuevas formas, menos dolorosas y más creativas. Continuar la búsqueda: conectar el acto poético con la voz propia. La poesía y su velo. La contracara del tedio: la escritura como nocturnidad, como aplomo, como incesante sigilo. Lugar común: la escritura como salvoconducto del hambre.
La respiración del cuerpo galopante. La incisión y el cuchillo. Los espejos y el cuerpo. La dulce tentación. El hartazgo. El escribir como forma de inaugurar el presente. Hacerle frente. Dar la cara es la única forma de sobrevivir. Cautela, me dicen en sueños. Clarice Lispector murmura desde el silencio diurno y con la debilidad de su voz ausente: “He llegado a la conclusión de que escribir es lo que más deseo en el mundo, incluso más que el amor”. Pero de mi parte no hay respuesta. Me inclino sobre el papel blanquísimo para escribir al tacto. Indefinidamente. Y el cuerpo ruge, y el milagro de la escritura se hace al fin presente. Gracias Lispector de mi alma.
Caracas, 21 de julio Lo poético no llega a mi vida. No trasciende el cuerpo. No araña a la hembra. Tampoco a la niña. ¿Dónde, entonces, anidará el gesto de la boca en penumbra? ¿Y en dónde esa boca señalando la calidez del mundo?
Caracas, 20 de julio Etiquetar los recuerdos con diferentes aromas, principalmente de aquel hotel donde trabajaba mi abuelo paterno. Una vez en la vida volví a sentirlo, en otro lado, ya ni recuerdo dónde ni en qué circunstancia. Guardarlo en la piel. Creer que en ese instante del recuerdo algo se hace presencia y nos invade. La infancia que vuelve, que atormenta, que obliga a recordar, a revivir el espacio amado. Descorchar un vino blanco, aunque no sea mi preferido, y devolverle a esta noche algo de gracia, y arrebatarle ese sentido insípido que suelen tener los viernes por la noche. Dilucidar si el río que contemplé anoche en mi sueño es una barca que me traslade a otra orilla. Que me permita comprender que el agua mansa me acurruca en sueños, dulcemente. Y yo me dejo. A Dios gracias el cuerpo sobrevive. Escribir aunque ya no exista una verdadera vocación. Sin fin