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Mostrando entradas de agosto, 2010

Algo de aquel entonces...

aún no he llorado todas las lágrimas apenas un centímetro de mundo una gota de vejez inmaculada este sábado moribundo y ficticio llora a moco tendido -encaprichado con los dulces del verano- subo a un árbol y mastico el color de una fruta, el sabor de la naranja en tus manos el simple perfil de tus pies en el agua dolorosamente es incierto este día tan monótono como lunes de vacaciones -como domingo sin sueños tan profundos- (simplemente tararearte un poco y luego animarme a descansar) nunca te dije que dejaría de pensarte ahora me maldecís porque te parece absurda mi poesía -opaca-sangrienta- e indecente fueron tus palabras- y porque te dejé en todas tus ventanas papeles de colores (simples retazos de poesía maldita) para que nunca te olvides de mí y recordés a otra -y se queden color sepia todas mis palabras en el vidrio- y a mí no me gustaba echarme a correr de golpe dejar afuera los postigos abiertos por las dudas tus manos... (pero no, la cosa fue en ser
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En estos últimos días aunque escribí mucho todo tiene que ver con la tesis. Toda mi supuesta inspiración se lo roba ella. Terrible, lo sé, pero debo salir con urgencia de esto. Por eso dejé de leer todos los libros de Clarice, como primer medida, y me castigué. Me dije: hasta que no avances más en la tesis no habrá Clarice. Y aunque cueste creerlo, eso pareció surtir efecto. Esta fotografía me gustó. Acá la dejo. Róbenla si es necesario.

Algo de Sándor Márai.

-Todavía era de noche-continúa, al ver que el otro no reacciona, no protesta, no da indicios de haber oído la acusación, ni moviendo la mano ni parpadeando. Era el momento exacto en que la noche se separa del día, el mundo inferior del mundo superior. Quizás haya otras cosas que también se separan en esos momentos. Se trata de ese último segundo en que todavía están unidos lo bajo con lo alto, la luz y las tinieblas, tanto en lo humano como en lo universal; cuando los dormidos despiertan de sus pesadillas, cuando los enfermos suspiran de alivio, porque sienten que se ha acabado el infierno de la noche y que desde ese mismo momentos sus sufrimientos serán más ordenados, más comprensibles; es el instante en que la regularidad y transparencia del día revelan y separan lo que en la oscuridad de la noche era sólo un deseo fervoroso, un anhelo secreto, una pasión enfermiza y espantosa. A los cazadores y a los animales salvajes les gusta ese instante. Ya no es de noche, pero tampoco es de día

Un jardín para Clarice.

No logro tomar otro libro que no sea el tuyo. Clarice, me encerraste en una cárcel, en una gruta donde sólo se oyen tus palabras taladrándome el cuerpo. Me encendiste de forma tormentosa. Ahora sólo quiero apagar tanta pasión, porque no me permito, no, esta pasión no me permite hacer tantas otras cosas que debería organizar en el día. Yo lo intento: me levanto con ganas, pero mientras el día crece delante de mis ojos, la pasión se adormece dentro de mí, palpita lento pero no se apaga. Y ante el intento de tomar otros libros, otros temas, vos, Clarice, inflamás con tus dedos la hoguera; y todo vuelve a retardarse, de manera incómoda e insostenible. Sembraste una semilla hace tiempo y ahora el árbol no ha parado de crecer; sus raíces van acomodándose, en todo el jardín, haciendo espacio, con tal de permanecer en el tiempo. No hacía falta que tomaras el jardín para que tus palabras queden en mí, igual hubiesen permeado en la piel, en los huesos, hasta dejarme todo este frágil esqueleto e
hacer temblar el cuerpo hasta que éste caiga despoblado desplomado descreído dejando la huella intacta latente de la boca besando la carne de los dientes arañando los labios los otros hacer temblar la palabra no dicha no entendida a punto de parir los miedos los propios dejar huella de la palabra en el papel blanco, robusto y dormido hacer temblar la pluma encender los dedos las yema de las manos que arda que arda y duela hasta que el cuerpo quede en estado de coma
Me despierto con el ruido en el habla. Algo en la lengua me muerde. Me obliga a quedarme en lo onírico. De repente lo veo, encendido, en el espejo. Su aspecto es de un animal robusto y manchado de negro. Sus ojos  pardos se iluminan desde una profundidad que da miedo. Las garras se acercan, pendientes de darme un primer rasguño en el rostro, de rasgarme la piel para mostrarme quién soy verdaderamente. El espejo vigila, tantea su cara y la mía, acerca su boca de vidrio a nuestra piel pero no nos toca; se mantiene próximo, como si fuese también parte de este juego. Y el sueño se vuelve miedo, repulsión, deseo, y el félido tiene hambre, ansias de comer mi fragilidad, mi desmesura. Quiero despertar pero algo dentro de mí me obliga a seguir. Tanteo en la noche el cuaderno y la birome, los tomo y escribo, desesperadamente mis manos se entregan a una escritura ágil y desmedida.Tengo el deseo de que el animal se duerma y vuelva de donde vino. Pero no. Cuánto más escribo, más cerca están sus

Yo soy otra

Toda esta semana ha sido rara. ¿Cuándo comenzó esta sensación de enajenación? Exactamente el viernes antes de irnos a Guárico. Sentía como si alguien delicadamente hubiese movido alguna perilla dentro del corazón y todo se hubiese removido. El río que fluía dentro de mí se detuvo. Me dio miedo. No entendía qué sucedía. Y así como surgió ayer se fue. Volvió a correr el agua, y el cuerpo nuevamente tomó ritmo. Un ritmo más lento, aunque no agolpado, más secreto, íntimo, por fin me sentía otra vez dentro de mí. Miré mi rostro en el espejo y comprobé que los rasgos no habían cambiado. Sin embargo, ¿qué fue lo que pasó en estos días? Ayer la hermana de un amigo falleció. Fue una semana rara, como dije. Con su muerte este sentimiento de orfandad que albergaba desapareció, como si nunca realmente hubiese hecho posesión de mí. Hoy justamente incineraban su cuerpo.
decir basta a la flojera a este cuerpo dormido tirado en el colchón húmedo hogar diurno donde los órganos no son más que carne añeja poco activa y descorazonada decir basta a este ritmo lento de las manos que escriben poco y sólo saben de mediocridades decir basta a la boca amordazada por el miedo y por fin alzar el grito Verónica Cento

Fragmento de "Lluvia"

En la ventana percibe el reflejo nebuloso y vagamente definido de alguien inclinado sobre la mesa escribiendo...su mano derecha, índice, corazón y pulgar firmemente ceñidos a la pluma, que no es una pluma de ganso, que no es el lindo calamo currente que va a ser mojado cada dos por tres en el tintero, que no posee la elegancia ni el pathos de su estilo rasgante...Se centra en su mano izquierda, en su mano izquierda átona y en reposo, en las falanges débilmente separadas, los flectores sueltos...se detiene en el contorno del hombro derecho que apenas distingue, en la línea del brazo descendente, en su mano derecha esbozando la sombra de un puño que ha quedado en suspenso. De ahí en adelante la mano de nudillos blancos y la pluma inmóviles sobre una hoja tamaño carta fabricada con ecológica fibra de caña a la espera de que algún brote de entusiasmo, corriendo de izquierda a derecha, rehiciera a letra su camino en el reposo, en el vacío casi obtuso de la hoja, que de no ser por todos esos

Escribo pero no me libero

Cuando conozco a un nuevo autor necesito enamorarme, enloquecerme. Pienso que si no pierdo la cabeza ante la primera línea, tal vez nunca sentiré los golpes de tambor dentro del cuerpo. Esta es la forma en que los textos me atraviesan y separan de la realidad inmediata. Y ese momento en que la cordura pende de un delgado hilo, me hace sentir huérfana, y la realidad es como ese animal que se fugó de casa, para nunca más volver. En su lugar, dejó este sentimiento duradero, acatarrado, informe, infeliz, que ata y desata a un pequeño estado de locura. Hago el intento de soltarlo, que se vaya, le digo, pero él se aprieta más y más sobre los dientes. Chirría mi lengua contra su espalda, y la pobre infeliz escribe desde esa cárcel, desde el desabrigo de unos brazos que no la toman, que no se sujetan a su cuerpo para ayudarla a avanzar, simplemente todos corren y se orillan en la arena ajena. Siento que la palabra cordura no cabe en mí, es una estructura poco firme para esta casa. Y cuando se
Sólo pretendo salvar o enloquecer a mis demonios con lo que escribo. Y la posibilidad de que estas palabras los exorcicen o los fatiguen es una manera acercarme a mi propia salvación