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Mostrando entradas de mayo, 2011

Hijos de su madre

A vos, Romina, porque detrás de nuestras conversaciones  siempre rondan los fantasmas hijos de su madre ellos que tiritan bien adentro que gimen una vez más en busca de mi boca en busca de estos pechos pero como me falta tanta misericordia se acurrucan pariendo odio golpeando el rostro para que hable y mugen encabritados y arañan mi cuerpo hijos de su madre ellos todos inclusive él que habita en la hora del sueño y me desvela a mitad de la noche y al oído con mis ojos ya muy abiertos columpia el cuerpo hacia la sombra del corazón para que nunca desate este cuerpo del suyo y para que mi lengua quede recordándolo una vez más en medio de la siesta
gélido el nombre y en la lengua el hartazgo de la memoria muerta la palabra anuncia la desnudez del miedo al silencio al desvarío a la tentación por lo imposible que no llega pero resuena en el cuerpo y el galope en mis manos y la sed que zozobra horadándome

"Luisa" de Beatriz Vignoli

Tarde el nombre; no llega. En las horas vendrá. En las cucharas. En la madre, en lo hija de su madre, se le demora todavía la palabra. Cree la madre que el nombre vendrá como la lluvia, la muerte, la sangre. Pero el nombre no viene. El nombre no nace. Vivita y sin nombre ella está ahí, aún desanudada del lenguaje. Piensa la hija: -No te escribiré. Seré yo el pecho mudo, el pecho frío; seré el pecho glacial. Del libro "Bengala", Buenos Aires, 2009.
detrás de esta lengua ordinaria hay atisbos de dulzura pequeñas intermitencias con que sortear la dureza del día detrás de esta lengua impía corren las palabras como animales en fuga despavoridas, enormes y acaudaladas y muerden poco a poco los labios de los otros casi amorosamente para despertarles el deseo frente al espejo la bestia del corazón ruge desprevenida dilata su boca y bombea pide más y en medio de la noche dentro del cuerpo se oye un grito mordaz y tierno con esas palabras desearía develar la oscuridad que esconden las manos al encender el fuego los dedos presos de las llamas las palabras enhebradas en el filo del temblor del verbo develar la bestia del corazón y silenciar la lengua
cortar milimétricamente los pechos azorados las piernas huesudas, el reborde de la cintura que no cede que no pide ningún tipo de misericordia la navaja toma filo y hace un tajo entre estos dedos que me ayudan a moverme en la intemperie a tantear el suelo extendiendo con fino recelo el oído el cuerpo que es también frialdad, el órgano indispuesto salobre síntoma de que allí no hay que nadie a quien desear la que una vez estuvo dejó sus retazos las partes íntimas, adoloridas e informes cortar milimétricamente la lengua que balbuce el desastre erguir de manera precisa el cuchillo para que la mano no tiemble al momento de hacer la herida si estos dedos fuesen benditos escribirían en pos de una danza de la piel hecha jirones entre otras manos de mi piel materna sufrida y destetada de esa tierra que hoy no me contiene por eso las palabras surgen de ese lugar donde volver significaría contagiarse otra vez de nuevas pérdidas cortar milimétricamente el corazón para
Oscuro follaje del cuerpo. La luminosidad sopla como una vela encendida. El fuego se apaga pero queda arañando mis dedos. Me duele tanto más en el vientre desde que el ardor se ha extendido hacia esta piel. Oscuro follaje es el cuerpo. Follaje que resguarda nombres de cosas que aún no entiendo en mi vida. Un reino. Una casa perdida. Una larga pesadilla donde un hermano pronuncia maldades y desata con sus palabras el peor dolor. Y dentro del sueño lloro desconsoladamente, lo abrazo y le reclamo: ¿adónde te fuiste?. Oscuro follaje es su cuerpo. Misericordia, a él le falta tanta misericordia que escucharlo hablar, espanta. Tapo mis oídos para no escuchar el sufrimiento. Oscuro follaje era esa casa. Todos nos fuimos con una parte de esa oscuridad, invisible de pronto para los demás, pero resistente. Y ante esta distancia, también yo he cargado con esa negrura, con la sombra de la que pudo haber sido una casa pero siempre fue un desierto. Socorrida por nadie. Todos huimos, desesperados, ca
cada hombre tiene una sombra ceñida en su cuello mortuoria acechante bandida sombra que muerde el hueso de la nuca y arma un muro de tristeza mientras los dedos enhebrados en los cabellos besan amorosamente la piel dormida