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Mostrando entradas de julio, 2010
manos rotas feroces e inútiles uñas carcomidas por el hambre ansías de escribir para salvar al alma del látigo de la oscuridad que alguien rasgue mis vestiduras y aboque su cuerpo a esta soledad
lámpara revela el límite el centro del pálpito donde el miedo duerme frío y apagado que tu luz ilumine al cuerpo y que por fin el habla surja colérica como agua en el desierto

Otro fragmento de Clarice.

"Se puede pensar rápidamente en el día que pasó. O en los amigos que pasaron y para siempre se perdieron, pero es inútil huir: el silencio está ahí. Aún el sufrimiento peor, el de la amistad perdida, es sólo fuga. Pues si al principio el silencio parece aguardar una respuesta -cómo ardemos por ser llamados a responder-, pronto se descubre que de ti nada exige, quizás tan sólo tu silencio. Cuántas horas se pierden en la oscuridad suponiendo que el silencio te juzga, como esperamos en vano ser juzgados por Dios. Surgen las justificaciones, trágicas justificaciones forzadas, humildes disculpas hasta la indignidad. Tan suave es para el ser humano mostrar al fin su indignidad y ser perdonado con la justificación de que es un ser humano humillado de nacimiento. Hasta que se descubre que él ni siquiera quiere su indignidad. Él es el silencio” Fragmentos de "Silencio" Clarice Lispector.
tu pie hizo roce con el mío llamándonos al perdón a la caricia a la palabra conciliadora y al cuerpo yerto para que alce la voz y hable en medio del sueño sentí tu piel dije palabras a mi oído para que las recordara pero ante la mañana sólo quedó la certeza de que me habías tocado como quien desliza su mano delicada y tierna casi sin advertirlo la noche ha cerrado la hendidura que partía nuestras bocas dejándonos en silencio ateridos y solos la noche ha abierto por fin un camino hasta tus manos
que se revele el pálpito donde la boca amarga muerde el papel que las manos arañen de forma cruda la palabra precisa que la noche hambrienta llegue voraz y me colme

Acerca de Lautréamont

Hace un tiempo nos encontramos en otra región. Cuando lo vi, estaba como despojándose del sueño. Estaba con aguas, con algas, pero no con peces. Los peces se habían ido. Estaba acostado en el mar. Yo caminaba sobre las aguas y lo llamé: Lautréamont, Lautréamont, le dije, soy Fijman. Y el me contestó que me quería. Que seríamos amigos ahora en el mar, porque los dos habíamos sufrido en la tierra. Pero no lloramos. Nos abrazamos. Después quedamos en silencio. Jacobo Fijman.
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moldear la palabra con la misma elasticidad con que el cuerpo extiende sus brazos para comprobar que el otro es verdadero
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dejar el papel en blanco para que otras manos escriban que sea otro quien se ofusque en la templanza de la palabra imposible