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Mostrando entradas de marzo, 2008

xii

Tengo una sequía que para qué contarla. Mejor hago silencio. Estoy segura que la palabra comenzará a oírse como un gran tambor dentro del cuerpo. Cuando quiera hablar, no resistirá la tentación al murmullo.
el agua sola quieta desliza su mano en mi vértice me tienta al arrojo y a jugar a la muerte de la ahogada

Dos poemas al aire

i no temo pronunciarme porque la palabra es solsticio allí está la salvación a la muerte ii para que el hilo vocálico nunca se pierda dejo esta puerta a medio abrir para que esta mano escribiente luche maniobre con las coordenadas del verbo
el objeto deseable se esconde en la boca ajena sabe desdoblarse en aire en humo en cenizas de palabras que nadie dice para alcanzarlo sólo basta tomarlo con estos dedos de pájaro pero la errante palabra teme y se silencia en un cuarto oscuro mi boca es una sequía impronunciable
i no era su rostro ni su figura era la voz de la palabra recordándome que la viera ii de qué sirve el cuerpo fingido si el rostro es la parábola del ser cuando me nombras

Haruki Murakami

Por Juana Libedinsky Para LA NACION - Waikiki, 2007 Son las cuatro y media de la mañana en la célebre Waikiki Beach, pero en el mar ya hay centenares de surfers esperando las olas perfectas que trae el amanecer. En tierra, sin embargo, en todo el hotel Halekulani, uno de los más tradicionales y glamorosos que dan a la emblemática playa de Hawai, hay una sola luz prendida: la de la habitación de Haruki Murakami que, como todas las mañanas, se levantó antes del alba para ponerse a trabajar. Murakami, uno de los escritores japoneses más importantes e internacionalmente aclamados de la actualidad, autor de best sellers como Kafka en la orilla (2002), After Dark (2004), Underground (1997), Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1994) y Tokio Blues (1987) entre otros, luego saldrá a correr y nadar ("Hawai es el paraíso para quienes somos triatlonistas", aclarará horas más tarde a LA NACION); almorzará, dormirá la siesta, escuchará jazz, traducirá clásicos contempo

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si esta boca pronunciara sólo palabras de vestidura púrpura y arrinconara tu labio entre ambos tal vez nuestra ausencia no significaría este miedo tan grande