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Mostrando entradas de enero, 2008

Premura

llegar a la noche armada precipitada ante el espejo nocturno desbocar el cuerpo y a esta boca arenosa lanzarla al vacío con este miedo a la muerte con este miedo al fracaso nos resta pelear contra el delirio si es necesario nos haremos muerte porque la muerte significará hacernos vida

vii

Caracas, 29 de enero Estoy feliz. Recuperé aquellos poemas nuestros, ¿te acordás?

vi

Caracas, 28 de enero ¿Existirá el miedo dentro de mí, el miedo a la apertura vocálica? ¿Será que temo por las cosas que repetiré, abruptamente? Si huyo acertaría a la pregunta anterior. ¿Es posible que los miedos enjuaguen sus ojos dentro de mí? El miedo siempre es un aguacero, un torrente; él está siempre volcándose fuera de mí, como aterrado.
oh, infancia país olvidado sendero perdido ¿en dónde te ahuecas? hace tanto tiempo que partí que todo sentimiento grato se me hace lejano y débil. aquella ensimismada niña con el paso del tiempo se ha convertido en una mujer retraída. no quiero aprender a recordar pero en el fondo nunca olvido oh, sacrílega infancia, dame de beber de tus pechos para por fin recordar cuánto me adoraste ¿por qué sueño repetitivas veces con la añoranza con la pérdida y con un lenguaje no aprehendido?

v

De pequeña fui tartamuda. De ahí surge mi problema con el lenguaje. De allí parece manifestarse esta inclinación hacia las palabras.

iv

Leo a Marosa di Giorgio y pienso: qué nombre tan bello, qué suculento nombre, cómo no llamarme Marosa y escribirme, poéticamente, en un papel. Sus prosas eróticas parecen ser una búsqueda del lenguaje, algo raro. No es la búsqueda que pudo haber hecho Pizarnik, parece estar sujeta a otra cosa. Claro, todos los poetas buscamos algo, siempre estamos esperando la llegada de algo nuevo, algo que nos toque y nos estremezca. Pero Marosa tiene otra magia, no sé si es mejor poeta que otros que he leído, pero algo nuevo me está brindando. Comenzó a llover, silenciosamente. No quiero salir. Quiero estar en casa, disfrutar su cercanía, su oscuridad creada en los rincones. Quiero dormir.

iii

El cuerpo cansado se levanta, rutinariamente, se asea, se observa, se toca, perteneciéndose aún más. Luego se viste como un animal de costumbre , y sale a la calle, bolso en mano, en espera de algo magnífico. Pero no, a veces este cuerpo regresa por las noches, triste y silencioso. Y al otro día es la misma búsqueda, la misma espera que está subrayada entre líneas. Sólo nos queda esperar que el tiempo nos canalice mejor los deseos y las ansias. Un trabajo sobre Gerbasi debe ser tan espléndido como su propia obra, sino no sirve, sino es un trabajo inútil, o así lo siento.

ii

A vos, padre, te digo: para qué existís si no sos capaz de darme una mano. Para qué estás allí sino sabés auxiliarme. Me dolés en el costado izquierdo, entre pulmón y pulmón. Me dolés como un cuchillo atravesado en la sien. Quedate allí, silencioso, que yo me quedaré de este otro lado. Tengo mucho por leer, sin embargo, no quiero. Me gustaría sentarme a solas con mí misma y llorarme. Atentamente, mirarme en un espejo. Admirarme por fin. Sé que la muerte anda rondando. La siento venir desde hace semanas. Pero no puedo decir nada, aparte, ¿qué podría decir sobre ella? No sé exactamente para quién viene. No creo que por mí. Sin embargo le temo. Entonces, ante tanto misterio, le escribo lo que puedo.

i

Escribo sobre todo aquello que me devora. Soy un escribiente diurna porque así lo decidió mi verbo. La palabra se desarma en mi boca, desbordándose. Escribo, porque antes que nada, es una necesidad.