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Mostrando entradas de septiembre, 2011
en Caracas llueve y llueve sin parar belleza húmeda escribo y el ojo queda prendido del trueno su grito adormece al oído y el miedo se acobija desnudo entre las manos llueve y el verde de pronto en el cuerpo y mi casa con aroma a tierra mojada a pies descalzos cruzando el río de la sequía a la humedad de la aridez a estas ganas de escribir de tatuar de forma precisa el encandilamiento lluvioso el caudal en la mirada la precipitación
bien dentro compungida llanto corto plegaria que no arranca ojo húmedo que pretende que moquee largamente no quiero morder el anzuelo podría quedar mareada de tanto mar álgida palabra inacabada álgido cuerpo temblando álgida más tácita que presente y enormemente sola sobrevivo ..
Hay cosas de las que no puedo salvarme, y una de ellas es la limpieza del hogar. El cuerpo completo siente inapetencia. Hasta en la escritura ronda una desgana que crece como una sutil enredadera. Ella toda es un germen sin nombre, una vacuidad a la que temo, porque no sé cuánto más crecerá. Uno de estos días, presiento, sus hojas tocarán la almohada donde mi cabeza descansa. Adormecen mis manos, en la apertura algo cobra un nuevo sentido. Los dedos hacen un nuevo intento. Quieren tomar la pluma. Hincarla. En la profundidad está la herida. Y donde duele siempre hay algo que escribir. Mi voz es un eco en el cuarto, el lenguaje necesita una sintaxis que no surge, la pienso, pero toda palabra queda sólo adherida a la lengua. Hay cosas de las que no puedo salvarme, y una de ellas es el sueño. Soñar largamente. El sueño como un viejo cristal que, al mínimo contacto, se romperá contra el suelo. El sueño largo y brumoso. Tinieblas de por medio. Despertar y sentir que, en esa otra profundidad,
cuerpo que tiembla de tanto buscar el habla y maldecir la lengua los ojos mordidos por el seno erecto braman delicadamente de adentro hacia lo bárbaro lo cruel es enmascarar el nombre tapiar el rostro que muge desde la realidad desconocida desatada mi lengua despierto por fin del desierto la boca reseca relame/revive la humedad del augurio un tenue brillo tienen mis labios pero hablar no pueden cuerpo que tiembla manos carcomidas y piel elástica y acompasada a todo este dolor el vértigo es apenas un columpio donde me arrojo todos los días henchidas estas manos no paran de escribir y el temblor la inocencia de que se acabe que algo interrumpa el incendio poesía es también esta endereza el asombro de reencontrarme con las palabras detenerme en el llanto comedido aluvión remembranza de lo que alguna vez fue un relámpago suntuoso y ya no existe

Claricense

Caracas, 03 de septiembre Hace nomás un momento leía a Clarice. Un texto de ella en general me despierta ganas de escribir. Se encienden las ganas. Resulta extraño pero de pronto me veo escribiendo. Algo sucede en mis dedos: un encandilamiento, me digo. Clarice es eso. Encandila enormemente. Ella toda es una luz intermitente. Por eso me aboco firmemente a su voz. Me permito anclar. Ser libre. Dejarme empapar de esa oscuridad tan lúcida. Acaso sea justamente lo que me atraiga de sus textos: esa luminosidad que ella le otorga, que ella devela en algunos de sus libros. Definitivamente pareciera entender algo que uno como lector no lo verá nunca. O como sólo sus ojos lo anticipan y sus manos lo demuestran arraigadas en el papel. Clarice es un soplo de audacia. Reafirmo mi amor por ella. Locamente. Endemoniadamente amo a esta mujer. Cuánto hubiese dado por haberla conocido. Agradezco poder tener varios de sus libros en mi biblioteca. Una linda cosecha que lleva el nombre Clarice Lispector