Aproximarme a la biblioteca y pensar cuáles libros debería cargar conmigo para siempre. La tonta lágrima se derrama al iniciar el acto del sutil acomodo: primero me llevo a Clarice, eso no hay duda, pero luego se arriman otros rostros, otras voces tan queridas, que la piel se eriza de pensar en elegir algunos y descartar otros. Junto los catorce libros de Clarice y hago un montoncito, un cuadrado donde ella existe y respira y es muy mía para siempre.
Mirar de cerca la biblioteca, pequeño rincón íntimo, y querer llevarla toda conmigo. Los viajes y los libros no pueden ir de la mano, pareciera existir un imposible entre estos dos, y la obsesión mía por juntarlos, hacer lo posible porque ellos funcionen de la mano.
Aproximarme a la biblioteca y permitir el llanto desbordado, la voz detenida, la angustia por no saber cuándo es el momento de recoger la siembra.

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