Algo de Sándor Márai.

-Todavía era de noche-continúa, al ver que el otro no reacciona, no protesta, no da indicios de haber oído la acusación, ni moviendo la mano ni parpadeando. Era el momento exacto en que la noche se separa del día, el mundo inferior del mundo superior. Quizás haya otras cosas que también se separan en esos momentos. Se trata de ese último segundo en que todavía están unidos lo bajo con lo alto, la luz y las tinieblas, tanto en lo humano como en lo universal; cuando los dormidos despiertan de sus pesadillas, cuando los enfermos suspiran de alivio, porque sienten que se ha acabado el infierno de la noche y que desde ese mismo momentos sus sufrimientos serán más ordenados, más comprensibles; es el instante en que la regularidad y transparencia del día revelan y separan lo que en la oscuridad de la noche era sólo un deseo fervoroso, un anhelo secreto, una pasión enfermiza y espantosa. A los cazadores y a los animales salvajes les gusta ese instante. Ya no es de noche, pero tampoco es de día. Los olores del bosque son intensos y salvajes en esos momentos; como si todos los seres vivos empezaran a despertar a la vez en el dormitorio del mundo, como si todos exhalaran sus secretos y sus maldades: las plantas, los animales y también los seres humanos. Se levanta un viento suave, como cuando alguien despierta, aspira y suspira al acordarse del mundo en que ha nacido. El follaje húmedo, los helechos, los musgosos fragmentos de corteza desprendidos de los árboles, el sendero del bosque cubierto de piñas descompuestas, hojarasca y agujas que forman un tapiz blando, resbaladizo y uniforme, lleno de gotas de rocío, desprenden un olor a tierra tan embriagador como el perfume de la pasión que desprende el sudor de los enamorados. Es un instante misterioso: los antiguos paganos lo celebraban en medio de los bosques, con devoción, con los brazos alzados, con el rostro vuelto hacia Oriente, en una espera mágica, la misma que renace una y otra vez en el corazón de los humanos, atados a la materia, que anhelan el momento de la llegada de la luz, o sea, de la razón y del conocimiento. Los animales salvajes se acercan a la fuente para beber. La noche no ha terminado todavía, en el bosque siguen ocurriendo cosas, la fase vigilante de la caza que ocupa las noches de los animales salvajes no ha acabado aún: el gato montés sigue al acecho, el oso devora el último bocado de su presa, el ciervo en celo se acuerdo se los momentos de pasión en la noche de luna, se detienen en medio del prado, donde se batió por amor, levanta con orgullo la testa pegajosa y herida, y mira a su alrededor, con sus ojos, excitados, serios y tristes, como quien se acuerda para siempre de una pasión. 

Sándor Márai.

Fragmento de su libro "El último encuentro"

Comentarios

Javier F. Noya ha dicho que…
No hay nada que hacerle, uno se encuentra con algo maravillosamente escrito y zas!, se olvidó de todo...Antes del volver al cubículo de lo debido, te agradezco estos textos. Besos.
Verónica Cento ha dicho que…
¿Viste lo que es Márai? Te lo recomiendo enormemente. A mí me sorprendió muchísimo...

Un abrazo, Javi.
Anónimo ha dicho que…
Si, probablemente lo sea

Entradas populares de este blog

Alborada

Fragmentos de Antonia Palacios