Resulta que todo tiene un decir oculto. Hasta las palabras sólo dicen las cosas que pueden decir en los momentos que ellas creen perfectos. Pero también tienen aquello otro que no sueltan nunca, aquello que se llevan a la tumba del cuerpo hasta que un buen día la boca los larga a borbotones. Resulta que yo también tengo palabras que nunca enuncio. Las escribo a veces en papeles arrugados que quedan archivados en la memoria de nadie. Las pronuncio e intento darles nombre: las culpo, las araño en mi cuarto corto, les digo, váyanse a tomar café, vayan a la plaza a ver si llueve, pero váyanse de mi vida. Y las palabras me miran como sonriendo, pero en el fondo es un sonrisa burlona de la que nunca se desprenden. Y yo quedo con mi rostro acartonado, miedoso, mirándolas y en espera de un susurro. Resulta que todo posee una mirada oculta. Todo objeto tiene un rostro que nunca vi, y que tal vez nunca veré. Él está ahí, del lado inverso, viendo como lo miro pero no lo veo. Es como observar el...