Me escribo a mí misma: ardes en la punta de la
lengua y sin embargo me cuesta encender la mecha en mis manos. Muerdo la almohada
de furia y corro monte adentro. Atrás, mis perros mueren de frío y de tristeza,
mientras el cuerpo se mece al compás de la hierba que crece a destajo y, perdida
en la oscuridad, recuerdo el viaje. Sobre mi cabeza noche cerrada. Nadie
descansa sobre la soledad de la estepa. El camino a casa se extiende llano y
extenso, y mis ojos apenas distinguen mi propia sombra. Camino hacia el sonido
del agua, corriendo tras las piedras. Ser audaz, es tropezar con las piedras de
este río y no caer. El murmullo del viento seca mi garganta, y la boca grita:
¿Quién dijo miedo?
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L.
Saludos.