Mientras tomo un café bien fuerte, me dan vueltas varias ideas sobre el tema. Todas se han ido hilando en estos días, paulatinamente, como una gran urdimbre, gracias a las conversaciones sostenidas con varias amigas y con mi madre. En medio de una conversación con una amiga, ella dijo: “es como un bosque que no te deja ver el árbol”. Inmediatamente pensé en la espesura, en ese ramaje brusco que luego de un tiempo se convierte en hojarasca y que no deja ver del todo lo que existe más allá de la mirada. Un árbol que está sometido a su propia sombra, como si unas manos lo hubiesen arrancado de la luz y lo hubiesen dejado en lo más oscuro de un cuerpo. Mi cuerpo adherido a una piel desolada.
Alborada
i qué habrá sido del hombre que me mordió la boca hasta sangrarme ii no sé mi nombre de memoria porque siempre me olvido aquél que tiene olor a infancia iii soy una mujer dolida sin nombre me contemplo ante el espejo y ambos nos descubrimos huérfanos iv he caminado por los jardines más esplendorosos pero nunca como esa mañana en que vos y yo conocimos la ternura. v te vi y algo en mí te pronunció bajito vi tu nombre me recorre el cuerpo tu cuerpo me recorre el nombre vii mi palabra es un gran árbol que echó raíces en tu nombre
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