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Vacaciones bien perrunas. ¡Hasta enero!
merodear la encandilada sombra que mece el hálito de ausencia revolcar el torso en la misma mugre que yace al fondo de esta carne divisar su triste costura y jalar el hilo hasta que la desnudez desteñida se alce entre la soledad y me llame por mi nombre
dicen que el agua de mar cura todo: la tos asmática del verbo ronco el pecho en la jaula del lobo el rancia hambre de tocar el cuerpo en la arena blanca y profunda salvo esa nostalgia por el verde el que se conoce y se extraña y el que se asfixia en el pecho y acorazado ladra la pena

Silvia Camerotto (Buenos Aires, 1959)

Why should calamity be full of words? Shakespeare, Richard III Tocaste un subdominante en fuga Mi pelo de mujer descansa sobre tu almohada: el punto de reposo de la duración de las figuras en tu espalda en los artefactos del baño en la pintura blanca del techo Después de más de treinta años la connivencia se convierte en gesto de triunfo Vinimos de lo que somos no del pollo que almorzamos esta tarde no de las flores que enviaste no de la utopía formal con que me sacás la ropa sino de la alegoría de la rosa de la aburrida música de Mozart de la calamidad de los cuerpos. Silvia Camerotto (Buenos Aires, 1959), inédito
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me dije esa noche: a escribir hasta que los dedos ardan pero la mecha de mis manos se fue apagando y pensar que por horas fueron un cincel pero de pronto la llama declinó en lamento y en estampida mi voz se quebró dentro y las palabras unas a otras se dijeron: ya es hora de detenernos y lloraron interminablemente una sobre el hombro de la otra hasta que al fin amaneció y una vez más brillaron y yo retraída me dije: a escribir hasta que los dedos se apaguen
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tan desalmada que el cuerpo aísla la carne del esqueleto mientras el diente hinca pervertido en la intimidad donde mis manos se abrazan a la cáscara del nombre
moler a palos al corazón de un golpe seco en el rabo callar el asma /del habla y por el hogar arrastrar el lazo con que apretó la hondura de mi cuerpo atar su último palpitar junto a la mortaja

De vez en cuando, de Irene Gruss (Buenos Aires, 1950)

Nos portamos muy mal. Antes de ir a comer nos ensuciamos las manos antes de besar nos dormimos tenemos que entragular cada hora matar a la mañana, a la noche (no importa el olor de lo que matamos sino nuestra risita, como una hiena) Nos portamos muy mal. Con el cansancio sobre todo, con el miedo. Preparamos la pelea oscura contra la libertad y sin embargo ninguno de nosotros quiere morirse. (De La luz en la ventana)

Todos los fuegos el fuego

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Antonella Anedda.

Somos mortales mortalmente asustados temblamos como zorros y perros convirtiéndonos en la jauría de nosotros mismos. Basta un sueño inoportuno y la luz erosiona donde no hay refugio. Nos desbandamos entre los objetos esperando que sean reales. Cerramos los ojos con fuerza tratando de dormir en pleno día diciendo: aquí, y pensando allá ofreciendo sacrificios mientras movemos muebles y cortamos con las tijeras los geranios. De noche estiramos las mesas para los invitados y desde la madera comenzamos a marchitarnos. Colocamos con cuidado las servilletas y del lino se elevan demonios. Girando la cabeza aquí, pensamos: allá como de verdad sucede a cada persecución Abrimos ventanas con la excusa del humo. El viento huele a basura pero es una tregua. El mismo viento en su belleza es una ruina. La sabiduría nos confunde como la cera. Nos cuesta respirar Permanecemos inmóviles la sangre estalla entre la nuca y la espalda nos volvemos serpientes nos limpiamos entrelazándono
este cuerpo no es más que un lenguaje roto en sus bordes posee un cinismo tan propio que al hablarse lo pondera una risa de suplicio su lengua al contacto con mis dientes se siente húmeda y esquiva teme decirse desde la ambigüedad de la carne desde el borde del labio que gira su mueca para no reconocerse en el espejo cuerpo que es lenguaje silente y comedido a la espera de que las manos ávidas y temblorosas hagan memoria de sus miedos y reclinen su muerte por una vez entre estos brazos
tomo la lima afilo mis manos y los dedos se vuelven cuchillos osados y malignos hago un intento con el rostro tomo el índice de la mano que escribe y lo araño rasgo a pedazos su piel para entender qué tiene mi cara de maligno de mala conducta de mujer altanera o cuánto de belleza guarda dentro esta máscara tomo la lima y afino el borde del órgano del deseo abro su boca su paladar dentro un animal se relame hilvanado en su cueva hago un intento de domesticarlo lo tomo con la mano bandida lo sacudo lo muerdo un poco en las pezuñas hasta que la sangre salpica mi rostro y me abate el cuerpo palpita en su engranaje y el animal por si acaso me deshuesa

Heridas. Palpitaciones.Fisuras.El habla del cuerpo.

Quien narra historias alberga una esperanza. En la cercanía del cuerpo doliente lo expresable son las excrecencias, la contorsión, las respiraciones coartadas. Desde aquí, el libro, la obra, no se cierran en un círculo ofrecido al descanso del contemplador. Desde aquí la promesa de la obra no es un sentido sino la descripción de una quema. El cuerpo es lo discontinuo; acercar la obra al cuerpo, a la vía, significa acercarse a una geografía de temblores, hendiduras, paisajes, inconclusos, tránsitos. La obra que es cuerpo y respiración es descriptiva, situacional, acontecimiento. La extensión de una náusea, la asfixia, la debilidad o la fuerza, la ansiedad del cuerpo en negación de sí mismo son sus visiones. No hay aquí posibilidad para el argumento. El cuerpo carece de argumento, no se propone para la discusión. Su tiempo es vertiginoso; fugaz e intermitente. Sus códigos oscilan entre la suerte, el azar, el vacío, los esplendores, la fuga, y el hastío. Desde el cuerpo no hay uno que ha
ronca el hambre certero obsceno preciso alza el rostro incendiario reposa su lengua en lo húmedo y ronca el cuerpo a solas conmigo
el cuerpo urde la tela las manos apenas visibles surgen de esta coraza los ojos buscan el animal con que saciar el hambre y en la oscuridad la urdimbre tiembla desamparada
siempre el cuerpo ansió gesticular hasta que la boca sea máscara roída y tramposa hasta que los dientes muerdan el asco sediento del propio sarcasmo este cuerpo deseó maniobrar su rostro pero la piel es un animal torvo que esconde el ojo entre los huesos si moscas ardientes y húmedas sobrevolaran la lengua y el paladar mis palabras abrirían hendiduras en el cuerpo y las manos palparían su orfandad

"Es injusto" de María Auxiliadora Álvarez

es injusto que duermas mientras nosotras táctiles buscamos                            la ropa el pezón oscuro mojado el hueco es injusto que en el cuerpo                           no contengas alimentos                           que no tengas                           várices en las piernas                           ramas negras que te vayas y nosotras nos quedemos que te valles que te ocultes que te mueras                                         por las noches muerto seco          eres injusto sin boca que te muerda sin árbol que te suba es injusto testículo de noche cuando hay hijo                           se trae no sabe nada de boca táctil líquida furiosa no sabe de omóplatos                                que cuelgan                                                  omóplatos ropa basura suelo que se rastrea lagartos que nos acechan lagartos que nos protegen es injusto que te vayas sereno seco completo y nosotras nos quedemos y nosotras nos
este cuerpo con los años se ha vuelto roca si alguien se atreviese y pusiese su oído en la hendidura escucharía un caballo salvaje correr despavorido si tocara esta piel o arañase su lado ácido y avispado este cuerpo se vengaría

Algo de aquel entonces...

aún no he llorado todas las lágrimas apenas un centímetro de mundo una gota de vejez inmaculada este sábado moribundo y ficticio llora a moco tendido -encaprichado con los dulces del verano- subo a un árbol y mastico el color de una fruta, el sabor de la naranja en tus manos el simple perfil de tus pies en el agua dolorosamente es incierto este día tan monótono como lunes de vacaciones -como domingo sin sueños tan profundos- (simplemente tararearte un poco y luego animarme a descansar) nunca te dije que dejaría de pensarte ahora me maldecís porque te parece absurda mi poesía -opaca-sangrienta- e indecente fueron tus palabras- y porque te dejé en todas tus ventanas papeles de colores (simples retazos de poesía maldita) para que nunca te olvides de mí y recordés a otra -y se queden color sepia todas mis palabras en el vidrio- y a mí no me gustaba echarme a correr de golpe dejar afuera los postigos abiertos por las dudas tus manos... (pero no, la cosa fue en ser
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En estos últimos días aunque escribí mucho todo tiene que ver con la tesis. Toda mi supuesta inspiración se lo roba ella. Terrible, lo sé, pero debo salir con urgencia de esto. Por eso dejé de leer todos los libros de Clarice, como primer medida, y me castigué. Me dije: hasta que no avances más en la tesis no habrá Clarice. Y aunque cueste creerlo, eso pareció surtir efecto. Esta fotografía me gustó. Acá la dejo. Róbenla si es necesario.

Algo de Sándor Márai.

-Todavía era de noche-continúa, al ver que el otro no reacciona, no protesta, no da indicios de haber oído la acusación, ni moviendo la mano ni parpadeando. Era el momento exacto en que la noche se separa del día, el mundo inferior del mundo superior. Quizás haya otras cosas que también se separan en esos momentos. Se trata de ese último segundo en que todavía están unidos lo bajo con lo alto, la luz y las tinieblas, tanto en lo humano como en lo universal; cuando los dormidos despiertan de sus pesadillas, cuando los enfermos suspiran de alivio, porque sienten que se ha acabado el infierno de la noche y que desde ese mismo momentos sus sufrimientos serán más ordenados, más comprensibles; es el instante en que la regularidad y transparencia del día revelan y separan lo que en la oscuridad de la noche era sólo un deseo fervoroso, un anhelo secreto, una pasión enfermiza y espantosa. A los cazadores y a los animales salvajes les gusta ese instante. Ya no es de noche, pero tampoco es de día

Un jardín para Clarice.

No logro tomar otro libro que no sea el tuyo. Clarice, me encerraste en una cárcel, en una gruta donde sólo se oyen tus palabras taladrándome el cuerpo. Me encendiste de forma tormentosa. Ahora sólo quiero apagar tanta pasión, porque no me permito, no, esta pasión no me permite hacer tantas otras cosas que debería organizar en el día. Yo lo intento: me levanto con ganas, pero mientras el día crece delante de mis ojos, la pasión se adormece dentro de mí, palpita lento pero no se apaga. Y ante el intento de tomar otros libros, otros temas, vos, Clarice, inflamás con tus dedos la hoguera; y todo vuelve a retardarse, de manera incómoda e insostenible. Sembraste una semilla hace tiempo y ahora el árbol no ha parado de crecer; sus raíces van acomodándose, en todo el jardín, haciendo espacio, con tal de permanecer en el tiempo. No hacía falta que tomaras el jardín para que tus palabras queden en mí, igual hubiesen permeado en la piel, en los huesos, hasta dejarme todo este frágil esqueleto e
hacer temblar el cuerpo hasta que éste caiga despoblado desplomado descreído dejando la huella intacta latente de la boca besando la carne de los dientes arañando los labios los otros hacer temblar la palabra no dicha no entendida a punto de parir los miedos los propios dejar huella de la palabra en el papel blanco, robusto y dormido hacer temblar la pluma encender los dedos las yema de las manos que arda que arda y duela hasta que el cuerpo quede en estado de coma
Me despierto con el ruido en el habla. Algo en la lengua me muerde. Me obliga a quedarme en lo onírico. De repente lo veo, encendido, en el espejo. Su aspecto es de un animal robusto y manchado de negro. Sus ojos  pardos se iluminan desde una profundidad que da miedo. Las garras se acercan, pendientes de darme un primer rasguño en el rostro, de rasgarme la piel para mostrarme quién soy verdaderamente. El espejo vigila, tantea su cara y la mía, acerca su boca de vidrio a nuestra piel pero no nos toca; se mantiene próximo, como si fuese también parte de este juego. Y el sueño se vuelve miedo, repulsión, deseo, y el félido tiene hambre, ansias de comer mi fragilidad, mi desmesura. Quiero despertar pero algo dentro de mí me obliga a seguir. Tanteo en la noche el cuaderno y la birome, los tomo y escribo, desesperadamente mis manos se entregan a una escritura ágil y desmedida.Tengo el deseo de que el animal se duerma y vuelva de donde vino. Pero no. Cuánto más escribo, más cerca están sus

Yo soy otra

Toda esta semana ha sido rara. ¿Cuándo comenzó esta sensación de enajenación? Exactamente el viernes antes de irnos a Guárico. Sentía como si alguien delicadamente hubiese movido alguna perilla dentro del corazón y todo se hubiese removido. El río que fluía dentro de mí se detuvo. Me dio miedo. No entendía qué sucedía. Y así como surgió ayer se fue. Volvió a correr el agua, y el cuerpo nuevamente tomó ritmo. Un ritmo más lento, aunque no agolpado, más secreto, íntimo, por fin me sentía otra vez dentro de mí. Miré mi rostro en el espejo y comprobé que los rasgos no habían cambiado. Sin embargo, ¿qué fue lo que pasó en estos días? Ayer la hermana de un amigo falleció. Fue una semana rara, como dije. Con su muerte este sentimiento de orfandad que albergaba desapareció, como si nunca realmente hubiese hecho posesión de mí. Hoy justamente incineraban su cuerpo.
decir basta a la flojera a este cuerpo dormido tirado en el colchón húmedo hogar diurno donde los órganos no son más que carne añeja poco activa y descorazonada decir basta a este ritmo lento de las manos que escriben poco y sólo saben de mediocridades decir basta a la boca amordazada por el miedo y por fin alzar el grito Verónica Cento

Fragmento de "Lluvia"

En la ventana percibe el reflejo nebuloso y vagamente definido de alguien inclinado sobre la mesa escribiendo...su mano derecha, índice, corazón y pulgar firmemente ceñidos a la pluma, que no es una pluma de ganso, que no es el lindo calamo currente que va a ser mojado cada dos por tres en el tintero, que no posee la elegancia ni el pathos de su estilo rasgante...Se centra en su mano izquierda, en su mano izquierda átona y en reposo, en las falanges débilmente separadas, los flectores sueltos...se detiene en el contorno del hombro derecho que apenas distingue, en la línea del brazo descendente, en su mano derecha esbozando la sombra de un puño que ha quedado en suspenso. De ahí en adelante la mano de nudillos blancos y la pluma inmóviles sobre una hoja tamaño carta fabricada con ecológica fibra de caña a la espera de que algún brote de entusiasmo, corriendo de izquierda a derecha, rehiciera a letra su camino en el reposo, en el vacío casi obtuso de la hoja, que de no ser por todos esos

Escribo pero no me libero

Cuando conozco a un nuevo autor necesito enamorarme, enloquecerme. Pienso que si no pierdo la cabeza ante la primera línea, tal vez nunca sentiré los golpes de tambor dentro del cuerpo. Esta es la forma en que los textos me atraviesan y separan de la realidad inmediata. Y ese momento en que la cordura pende de un delgado hilo, me hace sentir huérfana, y la realidad es como ese animal que se fugó de casa, para nunca más volver. En su lugar, dejó este sentimiento duradero, acatarrado, informe, infeliz, que ata y desata a un pequeño estado de locura. Hago el intento de soltarlo, que se vaya, le digo, pero él se aprieta más y más sobre los dientes. Chirría mi lengua contra su espalda, y la pobre infeliz escribe desde esa cárcel, desde el desabrigo de unos brazos que no la toman, que no se sujetan a su cuerpo para ayudarla a avanzar, simplemente todos corren y se orillan en la arena ajena. Siento que la palabra cordura no cabe en mí, es una estructura poco firme para esta casa. Y cuando se
Sólo pretendo salvar o enloquecer a mis demonios con lo que escribo. Y la posibilidad de que estas palabras los exorcicen o los fatiguen es una manera acercarme a mi propia salvación
manos rotas feroces e inútiles uñas carcomidas por el hambre ansías de escribir para salvar al alma del látigo de la oscuridad que alguien rasgue mis vestiduras y aboque su cuerpo a esta soledad
lámpara revela el límite el centro del pálpito donde el miedo duerme frío y apagado que tu luz ilumine al cuerpo y que por fin el habla surja colérica como agua en el desierto

Otro fragmento de Clarice.

"Se puede pensar rápidamente en el día que pasó. O en los amigos que pasaron y para siempre se perdieron, pero es inútil huir: el silencio está ahí. Aún el sufrimiento peor, el de la amistad perdida, es sólo fuga. Pues si al principio el silencio parece aguardar una respuesta -cómo ardemos por ser llamados a responder-, pronto se descubre que de ti nada exige, quizás tan sólo tu silencio. Cuántas horas se pierden en la oscuridad suponiendo que el silencio te juzga, como esperamos en vano ser juzgados por Dios. Surgen las justificaciones, trágicas justificaciones forzadas, humildes disculpas hasta la indignidad. Tan suave es para el ser humano mostrar al fin su indignidad y ser perdonado con la justificación de que es un ser humano humillado de nacimiento. Hasta que se descubre que él ni siquiera quiere su indignidad. Él es el silencio” Fragmentos de "Silencio" Clarice Lispector.
tu pie hizo roce con el mío llamándonos al perdón a la caricia a la palabra conciliadora y al cuerpo yerto para que alce la voz y hable en medio del sueño sentí tu piel dije palabras a mi oído para que las recordara pero ante la mañana sólo quedó la certeza de que me habías tocado como quien desliza su mano delicada y tierna casi sin advertirlo la noche ha cerrado la hendidura que partía nuestras bocas dejándonos en silencio ateridos y solos la noche ha abierto por fin un camino hasta tus manos
que se revele el pálpito donde la boca amarga muerde el papel que las manos arañen de forma cruda la palabra precisa que la noche hambrienta llegue voraz y me colme

Acerca de Lautréamont

Hace un tiempo nos encontramos en otra región. Cuando lo vi, estaba como despojándose del sueño. Estaba con aguas, con algas, pero no con peces. Los peces se habían ido. Estaba acostado en el mar. Yo caminaba sobre las aguas y lo llamé: Lautréamont, Lautréamont, le dije, soy Fijman. Y el me contestó que me quería. Que seríamos amigos ahora en el mar, porque los dos habíamos sufrido en la tierra. Pero no lloramos. Nos abrazamos. Después quedamos en silencio. Jacobo Fijman.
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moldear la palabra con la misma elasticidad con que el cuerpo extiende sus brazos para comprobar que el otro es verdadero
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dejar el papel en blanco para que otras manos escriban que sea otro quien se ofusque en la templanza de la palabra imposible
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él muerde mis senos y la vulva caliente se abre como flor entre sus manos ruge el deseo como animal que no ha mostrado nunca el rostro brama la lengua por la palabra que anida en el vientre obsceno y fecundo mi cuerpo boca arriba se sonroja y la manzana cae liberada Imagen: "Oevre grave et litho grafie" de Auguste Rodín.

Sólo para vos.

pensar al cuerpo y su dorso desnudo la piel naranja seca y elástica pensar en tus manos grandes como las mías aunque gruesas imagino cómo ellas tocan el libro y abiertas y fuertes lo abrazan porque un libro es un cuerpo en miniatura un bosquejo de sonoridad que agolpa enloquece hasta dejarte rígido mientras tus pies realizan un movimiento rítmico y volátil que tienta al deseo pensar como si ese libro que rozas es este cuerpo el propio.
Para Gabriela Carrión grisácea palabra cubre este miedo estéril busca un nido debajo del hambre y la arena allí no existe más que la dureza de la piedra húmeda y rota quedará precipitarse hacia el oscuro mar peces y pájaros muerden mis labios algo de allí tendrá sabor a verbo
cautelosa refugiada en el offline pido que no miren a este rostro y no pregunten por qué esta boca hoy no ha florecido

Esos regalos enormes y bellos.

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Morí de amor por este libro. Adriano González León. "De ramas y Secretos"

Los adioses

A veces he ido un poco más allá: he medido la oscuridad sin tiempo con la oscuridad de mi alma, hasta el último muro y hasta el último fondo, y han coincidido, y al fusionarse se ha producido algo que se parece a una chisma, a una revelación, a un reconocimiento instantáneo, muy fugaz, es cierto, pero que es como la promesa de un reencuentro y una unión perdurable con el modelo, invisible por ahora, en un lugar de donde vine y donde algún día haré pie y veré y sabré. Mientras tanto, mientras sondeo la oscuridad entre estas vislumbres de fulgores que me acercan desde la semejanza hasta la imagen, mantengo esta fe y esta esperanza. Aquí todo está hecho para soportar la luz por la sombra que arroja, y su presencia plena sólo se manifiesta en un relámpago, porque no es de este lado. Me aterra el solo pensamiento de intentar asir la iluminación o el conocimiento pleno arrojándome de un salto en una ilusoria claridad sin fondo. Es como pretender mirar de frente lo desconocido desde el centro
Hay días en que el lenguaje muerde esta boca hasta sangrarme. Es como si la noche de pronto fuese un animal que se presenta ante mí para tocarme los labios con sus dientes de tigre, y me invitara a jugar quién de las dos araña mejor su vida. Aprender sobre los placeres nocturnos ocasiona que la noche no quiera soltarme. No he aprendido a manejarme en lo nocturno. Quizás lo salvaje que existe en mí aún permanece encerrado, por eso aún no he podido darle batalla a la oscuridad. La noche es un animal que abre y cierre sus fauces dentro de mi corazón, simplemente para tentarme, invitándome al acecho. Mi mejor escudo es el lenguaje que no deja de decirse fuera y dentro de mí.
Será que ella armada con otro rostro se aventura a hablarme al oído, con esa voz que ya no es la suya, con los brazos agitados como en busca de oxígeno, con el vientre partido de arañar de forma excesiva el papel gris, y con un olor rancio en la memoria, como si un frío gélido hubiese espantado los pájaros de su voz.
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Me voy por un tiempo
escribir no salva de la oscuridad más bien habitúa a mirarse en el espejo hasta diluirse el camino a casa será largo y las palabras se convertirán en humo cuando se aproximen al corazón de ese bosque el rostro desde la maleza alzará la boca y pedirá clemencia
ante lo acontecido su boca se cerró como una estampida y un silencio rotundo tronó entre ambas para siempre

Algunos fragmentos de la oscuridad robados de Clarice Lispector.

La noche fue hecha para dormir. Para que una persona nunca asista a lo que sucede en la oscuridad. Porque con los ojos cegados por las tinieblas, sentada y quieta, aquella señora más bien parecía estar espiando cómo funciona el cuerpo por dentro: ella misma era el estómago oscuro con sus nauseas, los pulmones como un tranquilo fuelle, el calor de la lengua, el corazón que con crueldad nunca ha tenido forma de corazón, los intestinos con su laberinto delicadísimo, esas cosas que mientras se duerme no paran y de noche destacan, y ahora eran de ella. Sentada con su cuerpo, de repente tanto cuerpo. Clarice Lispector (Tchetchelnik, Ucrania, 1920-Río de Janeiro, 1977) "La manzana en la oscuridad"

Feliz día del libro

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Un libro es como un jardín que se lleva en el bolsillo. [Proverbio árabe]
la gran plegaria del cuerpo no debe surgir del hambre ni del temor ni menos de la duda si alguna vez mi boca intentase explicar cuál es el índice del miedo de este cuerpo primero deberá enfrentar la sombra del espejo la plegaria del miedo surgirá desde el rostro escondido detrás del cristal mi boca se quedará silenciosa y tenaz dentro de mí siempre dormida.

El espejo I

Mi rostro frente al lavabo. Miro como el agua surge del grifo. El pensamiento ronda por cualquier parte. Recuerda el aroma del campo, y ese olor a césped sobre el cuerpo húmedo. Mi mente no quiere volver a la ciudad y sigue aún admirando ese paisaje que no hace más de una semana miraban estos ojos. De la calle surge ese olor matinal que anuncia que es hora de partir; pero hoy algo ha cambiado. Observo las ojeras en el vidrio. Habitualmente estas sombras me hastían, esas delgadas líneas que cruzan este rostro cual si fuesen dagas que cruzan mi destino. Pero hoy me digo que ellas están ahí porque yo misma las conduje hasta esta piel. Tomo el jabón con mis manos, lo froto delicadamente entre mis dedos, observo cómo surge la espuma y es una sensación exquisita. Luego la coloco en mi rostro y éste se torna terso luego de la limpieza. Me observo nuevamente en el vidrio opaco y me digo: ¿Qué soy? Inmediatamente una vocecita responde por mí: “Un espejo”. ¿Soy un espejo?, me pregunto. Sonrío
Me siento desnuda frente al mundo. Como si alguien hubiese soltado la fina sábana que cubría esta piel.

Me tiré a la pileta.

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demoler las paredes resquebrajadas para mirar por fin el mar
hacer moldes para que quepa el cuerpo entero, frágil y elástico en este abismo que lo llene que abarque el miedo la soledad y el abrazo roto que no deje marcas de desiertos en ningún margen y que de pronto a este destino lo sienta mío
Nadie había enseñado al hombre esa complicidad con lo que sucede de noche, pero el cuerpo sabe. Las cosas corrían un poco, felices fuera de tiempo. Él no se preguntó si el milagro era el agua que lo encharcaba hasta la saturación o el camión bajo el garaje de lona, o la luz que se evaporaba de la tierra y de la boca iluminada de los perros. Como un hombre que llega, ahí estaba él, exhausto, sin interés ni alegría. Estaba envejecido como si todo lo que pudiese ser dado ya llegase demasiado tarde. Clarice Lispector "La manzana en la oscuridad"

Luz Machado

Comparto con ustedes un nuevo descubrimiento. Lástima que sólo encontré dos poemas de ella. Si alguien sabe dónde puedo conseguir más poemas de Luz Machado, no duden en avisarme. LA CASA POR DENTRO La casa necesita mis dos manos. Yo debo sostener su cal como mis huesos, su sal como mis gozos, su fábula en la noche y el sol ardiendo en mitad de su cuerpo. Deben dolerme las cortinas y sus gaviotas muertas en el vuelo. Conmoverme el jardín y su antifaz de flores dibujado, el ladrillo inocente acusado de no haber alcanzado los espejos, y las puertas abiertas para las recién casadas con su rumor de arroz creciendo bajo el velo. Debo atender su réplica del universo, la memoria del campo en los floreros, la unánime vigilia de la mesa, la almohada y su igualdad de pájaros dispersos, la leche con el rostro del amanecer bajo la frente con esa yerta soledad de una azucena simplemente naciendo. Debo quererla entera, salida de mis manos con la gracia que vive de mi gracia muriendo. Y no saber, no s
este cuerpo no reviste ni viste de luz se aquieta en las tardes y calma el susurro de muerte aterido frente al espejo a veces no quepo en su urdimbre y juega mi boca la danza del crepúsculo tiene esa marca despiadada del silencio posee esa sombra anochecida e inviolable que lo duerme todo y apaga hasta el nombre
con estas manos que ya no tiemblan te escribo no vuelvas porque tu ausencia ya no importa alguna vez fue herida y lo acepto pero con el tiempo se ha convertido en polvo que no deja marcas el corazón ha tomado otro rumbo y espero que no te duela

Homenaje de Ferreira Gullar a Clarice Lispector.

Morte de Clarice Lispector Enquanto te enterravam no cemitério judeu De S. Francisco Xavier (e o clarão de teu olhar soterrado resistindo ainda) o táxi corria comigo à borda da Lagoa na direção de Botafogo E as pedras e as nuvens e as árvores no vento mostravam alegremente que não dependem de nós. Muerte de Clarice Lispector Mientras te enterraban en el cementerio judío de San Francisco Javier (y el brillo de tu mirada soterrada se resistía aún) el taxi corría conmigo al borde de la Laguna en dirección a Botafogo Y las piedras y las nubes y los árboles al viento mostraban alegremente que no dependen de nosotros

Enfermedad

Este cuerpo pide cama desde hace varios días. Una gran gripe se ha alojado dentro y no me permite hacer nada más que dormir. Duermo entonces mucho y de corrido. Tomo el libro de Clarice e intento una lectura rápida pero que me llene de sensaciones; que intente renovar este estado en el que estoy presa. Esta gripe se ha convertido en algo físico, no solamente en un estado de fiebre, sino que ha logrado cambiar la temperatura de este cuerpo a su antojo. A veces transpiro por horas, y el cuerpo se torna pálido, hundiéndose aún más en el abismo que se abre entre las sábanas y la cama. El miedo se ha hecho grande y fuerte y no deja de mirarme. Me señala con el dedo índice la grieta que ha abierto la gripe en mi cuerpo, y sonríe como si realmente disfrutara mi dolor. Esta enfermedad tan solo ha dejado una herida punzante que no deja de sangrar.
Caracas, 10 de febrero “Sé que estoy nuevamente revolviendo en lo peligroso y que debería callarme para mí misma” La oscuridad me da miedo. Siempre lo obscuro me dio cierto vértigo; tal vez, porque para ingresar en la oscuridad, es necesario no tener miedo. Y mi cuerpo temblaba tan sólo con la llegada de la noche. Existe en mí un miedo mucho más primigenio, que no tiene nombre, por eso nunca aprendí a nombrarlo. No sé de dónde surge, tampoco quizás importe. Él ya existe, es real a pesar de que no pueda verlo. Aunque puedo intentar aproximarme a una idea de su rostro. ¿Cómo será éste miedo en el espejo? Ese miedo está ligado inevitablemente a ésta noche, que es el lugar donde duerme el cuerpo; y que es también el sitio donde la boca se vuelve llama apagada, para que la palabra descanse, repose en la nocturnidad imposible. Ésta noche es infinitamente mucho más oscura que todas las anteriores. A pesar de que abra los ojos y la mire directamente, una de las dos se revuelca de miedo por l

Bosquejo.

Existe la posibilidad de que todo lo que vive en la sombra permanezca allí para siempre; si la ventana que duerme junto a esa sombra no se permite nunca más mirar el día. Puede enceguecerse hasta que los ojos le estallen y que las imágenes que atesoran los ojos, de pronto, se pulvericen en una acción arrebata y sin sentido. Quedarían éstas manos que ya no sabrán qué intentar escribir. Todo lo que un día llegó por la vista se irá cual si fuese un torrente desesperado e inútil. La boca se olvidará de la mano y la mano de la boca. Y sucesivamente todos los órganos del cuerpo olvidarán qué función cumplían. Hasta que un día no quedará más que pedirle al habla que propicie nuevamente la creación; que desate la ferocidad en la mujer, y que le permita por fin levantar la mirada. Mientras tanto la sombra del cuerpo dormirá junto a un manzano. Estará allí, por horas, anticipando una oscuridad que está latente en su corazón pero que aún no es tiempo para hacerla aflorar. Hará intentos de mirarse
mi boca repite tu noche babea con su lengua los hilos que te atan a esa otra oscuridad gatea hasta tu alcoba e inunda ese territorio de sombra que es mi cuerpo para que al dormirte nos devoren los mismos demonios
Las manos del hombre son siempre manos vacías. Roberto Juarroz Siempre escribo con un vacío que se genera en mí; no tengo nada en el instante de la entrega. Mis manos escriben formulando palabras que vienen de muy lejos; pero el sentimiento que me dejan es de orfandad. Nadie posee nada que le pertenezca. Existe algo en esa labor que concibe un riesgo. ¿Riesgo de qué?
26 Las personas, como algunas, son ovillos de sí mismas recogidas del viento. Habitan las casas más profundas. Parece, si vivieran, un ruido de silencio. El rito de las palmas es aún la manera de implorar en lo seco. Es así como la noche nos redime de todo, el lugar más seguro y cercano a la muerte. 34 Bastaría la muerte. La estampida anunciada de la voz al desencuentro. Hundir rostros sin señas posibles a la burla del Dador. Bastaría el desalojo de la piel intacta. Absortos, manchados al fin, en el fondo de nosotros mismos. Para este trozo que me ofrezco cuando nombras el bosque y reímos del nombre tallado como única promesa. Gime quien alcanza la sangre o la medita posible. Bastaría la muerte. 36 Cuando tú y nosotros de esta casa, miramos alto árbol, polvo a germinar, celebran nuestros hijos el acto de vivir. Salva la tierra de quebrarlos por dentro. Yolanda Pantin. Casa o Lobo . Poeta Venezolana.

Roberto Juarroz

Nadie posee nada. Para poseer algo es preciso desnudarlo, apoderarse de su centro y tener un espacio donde protegerlo. Nadie puede, para poseer una rosa, desvestirla de sus pétalos y retener su fragancia. Las manos del hombre son siempre manos vacías. Tal vez nuestro ejercicio fundamental consista en aprender a amar y escribir con las manos vacías. Roberto Juarroz. Poesía vertical II: Casi poesía. N°69

Esto somos

esto somos fuegos tristes playas desiertas bocas grandes e inertes que hablan de la muerte que viene de noche eso fuimos puñado de relojes rotos detenidos en primavera grietas del tiempo mientras el mar observa desde un fondo solo y apagado e interroga a estos senos que hablan lenguas de otro tiempo que precisan el dolor y el miedo de estar varados en orillas desconocidas hablan del espanto de escribir sobre la arena y que el agua borre y transfigure los recuerdos hablan desde ésta oscuridad que existe en mis ojos y en los tuyos y que parpadea
temer a ese sonido de lengua que viene de lejos de una noche no conocida por este cuerpo temer pronunciar su nombre como si hacerlo fuese traerte nuevamente a este cuarto solo y enfrentarte pero en el instante en que la boca hable sabré con certeza que ese encuentro no habrá servido de nada y que los sueños sólo sirven para ahogarnos en acciones imposibles temer por fin a esta soledad huraña que no se cansa en tejer y destejer recuerdos hecho de arena corriendo por mis manos temer a esas palabras que no dijimos porque nunca propiciamos otro encuentro temer a ese sonido de agua que suena en este oído como si trajera restos de un naufragio algún día tu mano golpeará esta puerta y preguntará por mí

Una playa sin fin-Hanni Ossott

A Valentin Flameric Ossott , por los poemas que quiere escribir Sí, habría que escribirlo así, elevado, devoto, casi total si fuese posible, un gran poema. Pero hay interrupciones, los ruidos de la casa, la respiración del marido. El gato. Y allí entraría sobre todo el mar convulso él, alto, encrespado golpeando playa y costa, insaciable y el ardor, los cangrejos, siempre arrepentidos. La culpa. Lo echado a perder, las cosas rotas. Ese gran poema que lo contuviera todo. Los vientos. La melancolía. El arrastre. Las largas noches. Una enumeración de estados. Fiebres. Calores. Y habría miradas que cruzan palabras para detenerlas. Ojos fijos, casi silentes , propios. Hablaría de la mentira la casi insostenible mentira, al ras. Expresaría lo i

La carnicería, Charles Simic

A veces caminando en la noche, tarde me detengo ante la carnicería cerrada. Hay una sola luz en el negocio como la que usa el preso para cavar su túnel. Un delantal cuelga de un gancho: la sangre le untó un mapa de los grandes continentes de la sangre; los grandes ríos y océanos de la sangre. Ahí están los cuchillos que brillan como altares en una iglesia oscura donde traen al lisiado y al imbécil para sanarlos. Ahí está la tabla de madera donde se rompen los huesos, y se pelan a fondo —el río disecado hasta su cauce donde me alimentan, donde en lo profundo de la noche escucho una voz.