Será que ella armada con otro rostro se aventura a hablarme al oído, con esa voz que ya no es la suya, con los brazos agitados como en busca de oxígeno, con el vientre partido de arañar de forma excesiva el papel gris, y con un olor rancio en la memoria, como si un frío gélido hubiese espantado los pájaros de su voz.
Atardece y salgo a la puerta de mi casa a encender las luces. Camino despacio, recortando la distancia que hay entre cada farol, y en un acto casi sagrado, doy luz a la posibilidad de esta noche. De fondo, un cielo rojísimo: tropel que arriba con toda su furia, pero nunca lastima. Estos caballos, mansos como el arroyo, se alimentan de la hierba de mi hogar. Forman parte de este paisaje. Aquí nadie te quita el aliento, salvo la noche. Por momentos, me parece poder oír el diálogo entre los árboles y el frío de esta noche. Escribo con frío, mientras mis manos deliran.
Comentarios
Saludos...
Una voz sin pajaros se me antoja aun peor que un vientre partido. Lo bueno es que "aun surge del dealiento el aire de una canción".
Saludos.
Gracias, Vavo, saludos.