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Ingresar a ese centro que duele tanto y buscar la cáscara, la cicatriz; porque debajo de esa carne algo golpea duramente. Entrar sin permiso y arrancar con fiereza la amargura. Decir basta a esta mudez que no nos deja vivir. Para aliviar un poco al cuerpo busco en la alacena un té de "galleta y jenjibre" y lo saboreo en silencio, hasta sentir que los dedos dejan marcas en las asas. El té cura, o al menos me calienta. Me sobrepongo un instante y empiezo a decir cosas en voz alta, como si yo misma necesitara escucharlas una vez más, para que por fin se cumplan y los caminos se abran otra vez. Transitar por una nueva niebla, pero no por eso temer a esa gris oscuridad que no me deja ver la realidad. Cruzar el laberinto, si acaso el laberinto es el verdadero camino al encuentro. Olga Orozco tiene unos versos justos para este sentimiento: "Escarba, escarba en donde más duela en tu corazón. Es necesario estar como si no estuvieras." Siempre ella tan exacta. Esto llega lueg
¿dónde comienza la libertad del que adora y muerde la piel? dos acciones esencialmente eróticas van de esas manos al cuerpo suben y bajan los dedos a mis nalgas evaporándose invisible atmósfera donde el deseo hinca sus dientes y reclama hambre siempre de esa boca mientras el grito llega acaudalado morder y adorar signos que rasguñan la profundidad donde sólo los amantes se enmarañan ¿dónde comienza la libertad del que cabalga dulcemente sobre el vientre de ese otro? al oído siempre se escucha una plegaria finita atadura donde los dedos se entrelazan comedidos
Ese instante de abrir el blog y leer la última entrada y sentir el deseo enorme de borrarla. Y entonces las manos, presurosas, editan el archivo y desaparecen cualquier evidencia de aquello que es basura. Detestable, en otras palabras. ¿Qué sucede en ese momento donde todo lo que se escribe se siente una simple porquería?
señal imprecisa que recorre mis manos y devela la oscuridad milimétrica que aferrada a los huesos pica y zumba la lumbre en el centro de la intimidad enardece al vientre y la tempestad resuena dentro muy hondo un cuerpo tirita acompasado a su propio grito que alguien hurgue este enmarañado rostro
para qué mentir: la mañana se anuncia como guerra imposible cuerpo revestido de sueño claridad en los ojos como vestigio y estas manos en posición torrente adormiladas, bandidas y ajustadas a la almohada presiono entonces el botón de cólera y me abandono aún más al delirio cuánto quisiera tomar fuerzas que no existen e ingresar con sarcasmo al pleno día ¿hay algo más difícil que comprender el misterio del cuerpo a las ocho de la mañana? para qué mentir: el corazón es un ovillo de sueño, apretado junto al colchón dormir dormir quiero todo el día
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yo, desmelenada parto del vínculo del cuerpo y mi voz me curvo y la lengua rastrea el sentimiento de orfandad yo, casi bruja destrabo, arranco el verbo que por momentos se vuelve conjuro ya no me basto digo al aire y el lenguaje se alarga salvajemente husmea el suelo relame el sabor del miedo que, enmascarado, subyace en su cueva por última vez y el codo toca la aridez la sequía y el relámpago siempre infinito, dulce y certero yo, descreída trazo un nombre en el tapiz de la miseria desmembrar desventurar descreer desvencijar repito tarareo locamente esta condición de sentirme desbordada ¿repetir el verbo hará que mi condición transmute? luminosa y bandida tanteo la vegetación hundo mis manos en el agua escribo y recito con el miedo a la lluvia la voz se torna intacta minúscula partícula que enuncia un cuerpo desde la tempestad la errancia de un rostro invisible y la torpeza de unos pies que no encuentran el recinto donde la palabra re
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alguna vez lo pronuncié con profundo recelo y entre mis dientes tembló desesperado solo el verbo en su engranaje pero nunca fue suficiente esa danza del cuerpo robusto arañando la esperanza de la visibilidad el ver no estaba en la palabra y tampoco en la escritura hizo falta entonces que las manos comulgaran con la idea de arrojar lo inservible y de guardar entre los dedos la necesidad del soplo de vida para sobrevivir esta vez a la intemperie alguna vez lo dije pero tal vez nadie me escuchó el silbido bajito sábanas adentro con el cuerpo húmedo en espera de que alguien abriese los bordes de la tela y me viese por el hilo conductor del universo sin embargo nadie vino nadie nunca abrió la puerta y las piernas quedaron truncas con miedo a su propia sombra siempre de fondo el llanto de niña llanto de adolescente buscando el exilio el auxilio de esta voz alguna vez lo dije pero hoy es tarde el corazón duerme arrinconado en estos pechos soberb
tengo la certeza de que algo me llama cómo saber qué pájaro está picoteando la herida o en cuál geografía de esta oscuridad la esperanza es latido mordedura o muerte como ese instante en que alguien pronuncia una palabra y el sonido se aísla entonces cuestiono: ¿qué tan raudo vuela el miedo? ¿la decepción o el vacío? y adviene una voz que más que consolar devela que esconder es un signo de abandono también escribir encubrir la mano y negar lo escrito implica ataduras ¿qué tan difícil es entender el camino? ¿la palabra siempre es la misma? mi boca no conoce el lenguaje no entiende por dónde partir y dónde detenerse por eso está decidida a guerrear duramente esta jodida vida matarla o reconstruirla hilvanarla desde cero
en Caracas llueve y llueve sin parar belleza húmeda escribo y el ojo queda prendido del trueno su grito adormece al oído y el miedo se acobija desnudo entre las manos llueve y el verde de pronto en el cuerpo y mi casa con aroma a tierra mojada a pies descalzos cruzando el río de la sequía a la humedad de la aridez a estas ganas de escribir de tatuar de forma precisa el encandilamiento lluvioso el caudal en la mirada la precipitación
bien dentro compungida llanto corto plegaria que no arranca ojo húmedo que pretende que moquee largamente no quiero morder el anzuelo podría quedar mareada de tanto mar álgida palabra inacabada álgido cuerpo temblando álgida más tácita que presente y enormemente sola sobrevivo ..
Hay cosas de las que no puedo salvarme, y una de ellas es la limpieza del hogar. El cuerpo completo siente inapetencia. Hasta en la escritura ronda una desgana que crece como una sutil enredadera. Ella toda es un germen sin nombre, una vacuidad a la que temo, porque no sé cuánto más crecerá. Uno de estos días, presiento, sus hojas tocarán la almohada donde mi cabeza descansa. Adormecen mis manos, en la apertura algo cobra un nuevo sentido. Los dedos hacen un nuevo intento. Quieren tomar la pluma. Hincarla. En la profundidad está la herida. Y donde duele siempre hay algo que escribir. Mi voz es un eco en el cuarto, el lenguaje necesita una sintaxis que no surge, la pienso, pero toda palabra queda sólo adherida a la lengua. Hay cosas de las que no puedo salvarme, y una de ellas es el sueño. Soñar largamente. El sueño como un viejo cristal que, al mínimo contacto, se romperá contra el suelo. El sueño largo y brumoso. Tinieblas de por medio. Despertar y sentir que, en esa otra profundidad,
cuerpo que tiembla de tanto buscar el habla y maldecir la lengua los ojos mordidos por el seno erecto braman delicadamente de adentro hacia lo bárbaro lo cruel es enmascarar el nombre tapiar el rostro que muge desde la realidad desconocida desatada mi lengua despierto por fin del desierto la boca reseca relame/revive la humedad del augurio un tenue brillo tienen mis labios pero hablar no pueden cuerpo que tiembla manos carcomidas y piel elástica y acompasada a todo este dolor el vértigo es apenas un columpio donde me arrojo todos los días henchidas estas manos no paran de escribir y el temblor la inocencia de que se acabe que algo interrumpa el incendio poesía es también esta endereza el asombro de reencontrarme con las palabras detenerme en el llanto comedido aluvión remembranza de lo que alguna vez fue un relámpago suntuoso y ya no existe

Claricense

Caracas, 03 de septiembre Hace nomás un momento leía a Clarice. Un texto de ella en general me despierta ganas de escribir. Se encienden las ganas. Resulta extraño pero de pronto me veo escribiendo. Algo sucede en mis dedos: un encandilamiento, me digo. Clarice es eso. Encandila enormemente. Ella toda es una luz intermitente. Por eso me aboco firmemente a su voz. Me permito anclar. Ser libre. Dejarme empapar de esa oscuridad tan lúcida. Acaso sea justamente lo que me atraiga de sus textos: esa luminosidad que ella le otorga, que ella devela en algunos de sus libros. Definitivamente pareciera entender algo que uno como lector no lo verá nunca. O como sólo sus ojos lo anticipan y sus manos lo demuestran arraigadas en el papel. Clarice es un soplo de audacia. Reafirmo mi amor por ella. Locamente. Endemoniadamente amo a esta mujer. Cuánto hubiese dado por haberla conocido. Agradezco poder tener varios de sus libros en mi biblioteca. Una linda cosecha que lleva el nombre Clarice Lispector
Córdoba, 08 de agosto de 2011 Preparando las valijas para ausentarme un poco más profundo de mí misma. Más al sur del corazón, para que nadie me encuentre. Reencuentro con viejas amigas, grandes amigas, grandiosas amigas. Una semana de paz. ojalá se extienda más allá del lunes. Qué viajo tan raro, me digo. Desde que llegué no hice más que merodear terrores a los que no quiero volver: la mano escarbando la tierra, buscando la humedad que hace falta a su vida. Humedad que riegue la aridez emocional. Eso.Que venga el agua y riegue el cuerpo. Que emancipe la noción de hambre y de soledad.  Un viaje raro, porque todo el tiempo me he sentido sola, a pesar de que he tenido a mucha gente a mi lado.Hemos conversado sobre el tema, pero dentro de mí, algo galopa a cada instante. Un animal que parece estar atado a un árbol apenas con una débil soga, y al menor susurro, va a salir desesperado a buscar libertad. La huida no conduce a ninguna parte. Por ahora hay que enfrentar los miedos, las inseg
Últimamente, el diálogo es más conmigo misma que con los demás. Converso no sólo con quién soy sino también con quién fui alguna vez. Lo raro es que todo conlleva un silencio raro. Tengo tan pocas ganas de ver a tanta gente. Este viaje no es como tantos otros, lo siento así a pesar de que hace pocas semanas que aterricé en Córdoba. Ando más sola que acompañada, pero porque quiero, lo necesito. Desde hoy que estoy escribiendo sin parar, como si fuese más que una urgencia transcribir el dolor del alma en un papel virtual, insípido y flojo. Escribir, hasta el hartazgo. En algún momento llegará el sosiego desde este interior. Algo callará dentro de mí y sabré que estoy en paz. Ya no quiero este oleaje que transgrede todo sentimiento. Menos el agua golpeándome el cuerpo desde dentro. Toda profundidad que sostenga el esqueleto existe apenas por una palabra que emito en las noches: transformación. Quiero cambiar. Y este viaje es un nuevo comienzo, una nueva oportunidad. Desde acá veo un horiz
Mientras tomo un café bien fuerte, me dan vueltas varias ideas sobre el tema. Todas se han ido hilando en estos días, paulatinamente, como una gran urdimbre, gracias a las conversaciones sostenidas con varias amigas y con mi madre. En medio de una conversación con una amiga, ella dijo: “es como un bosque que no te deja ver el árbol”. Inmediatamente pensé en la espesura, en ese ramaje brusco que luego de un tiempo se convierte en hojarasca y que no deja ver del todo lo que existe más allá de la mirada. Un árbol que está sometido a su propia sombra, como si unas manos lo hubiesen arrancado de la luz y lo hubiesen dejado en lo más oscuro de un cuerpo. Mi cuerpo adherido a una piel desolada.
Admitir que este viaje ha sido un merodeo constante por lo más oscuro, cómo duele. Hincar la mirada allí donde todo se ha vuelto una espesura, esa costra que late y late en la piel, y en forma de cuerpo alza la voz para culparme. Desde que llegué tengo la misma sensación: de que algo en mí comenzó a desbordarse, y que un cimiento está por romperse. Miedo no me da, esta vez no. La sensación que siento es que debo seguir adelante. Mi madre ha sido de gran ayuda. La palabra nos vinculó aún más, en el acto de intentar hablar sobre lo que duele. Transformación, me dije el otro día. Y algo empezó a correr entre mis órganos, desesperado, como un animal en celo.  El problema ahora es domar a ese animal, ponerle freno, porque si este se desboca, ambos nos desbocamos.  Sin embargo, desbocar al cuerpo también sería una buena forma de trascender lo físico a un terreno mucho más intangible. Que el cuerpo sea más que órganos cimentados por una tosca piel, que sobrevive. La conversación ha dado bueno

Fragmentos de la novela "Sólo los elefantes encuentran mandrágora"

"Las palabras, entonces, podían ser de espuma, de oro, de barro, y hasta del propio silencio solidificado para rehuir lo inefable. Pero estaban aquellas que dejábamos pasar por alto pues para qué comprometernos con su lastre. Y sin embargo, veníamos ya involucrados en ellas, íbamos hacia sus ardores del significante y el significado como los cometas al sol, aunque ignorando la feroz dependencia" Armonía Somers. Sólo los elefantes encuentran mandrágora. El cuenco del plata .

Fragmentos de Antonia Palacios

No tengo dónde sostener la casa. Toda tierra es deleznable, toda tierra se derrumba. Pienso una casa en el aire, una morada abierta por donde transite el viento. En sus grandes agujeros anidarán las palomas. Mi madre llenará los vacíos dejando caer semillas desde su delantal ligero. Habrá latidos de perros y llegarán las tinieblas mucho después que el silencio. En el umbral de la puerta, mi madre vestida de blanco, recibirá el mensajero. Todo se copia a sí mismo. Todo se refleja en un espacio perdido. El pájaro copia otro pájaro. La vida copia otra vida. Quiero mirar el pájaro caído desde lo alto, mirar comienzos de vuelo, alas en ejercicio y aquel aire que se copia de otros aires más ligeros. Voy contando los comienzos. En el sitio más fecundo mi madre se echó a dormir. El hambre me va acosando. Un hambre de cosas vivas. Mi madre inventa unos brazos que se alargan memorioso. Miro mi sitio vacío, clamo por el olvido. La claridad de mi madre comienza a copiar la sombra. Tengo un ojo q

Algunos más de Patricia Guzmán

Le metí la mano                 -pequeño y seco El corazón- Nadie supo cuál lastimadura de qué lado Dale, dale con el pecho al cielo ... Pájaro come                                 en mis ojos llora                                  aquí       dentro Pájaro Nunca en tus labios ... Caen uno a uno con el pecho plano por el golpe con la boca abierta por el golpe Nada me extraña El vértigo soy yo ... Coloca pájaros en los floreros Llénalos de agua a la altura del corazón Quien llegue por ti cuidará .. No hablo Para guardar el pájaro en la boca No beso Para que ninguna lengua le toque el pecho No duermo Para que no se asuste ¿Quién pregunta por él?

Poemas de Patricia Guzmán

Aliméntalo con miedo dale pájaro con la mano dale pájaro para que duerma siempre a pesar del cuerpo Estoy segura de mis miserias (Son mías) Lo más carne de mi corazón Por lo bajo de esa carne aprendí a comer Por lo bajo de esa carne aprendí a cantar (Mis ojos están acostumbrados a guardar a guardar a guardar) He jurado no quitarme el collar de perlas No vaya a ser que me quede quieta cuando se abra el cielo No vaya a ser que la flor sea perfecta No vaya a ser que se me cierren los párpados El corazón mío me devolverá Estoy segura de mis miserias (Son mías) Ave apurada Ave de mí El amantísimo rozó mi frente y oscureció mi nombre. Patricia Guzmán. Soledad intacta . bid & co. editor.
hoy el cuerpo mismo llegó al hartazgo a la imposibilidad de que las manos profundicen en la propia piel los círculos ahuecados que se abren se cierran al mínimo contacto con los dedos se cuartean pero no dejan espacio/y la sangre que cae a borbotones por las piernas cerradas o abiertas/el dolor es el mismo el vientre hincándose sobre mí patas arriba/torciendo su cabeza hay días como estos en que uno coloca su vértice bajo el agua y el chorro sube y baje/por un mismo ducto y ante el contacto con la humedad el cuerpo tiembla/se balancea/se emociona? de pronto me digo que estoy bien que el cuerpo está por fin limpio por dentro y fuera y de pronto/algo vuelve a romperse algo minúsculo y el ruido deja sorda a la lengua y un líquido entorpece el día y todo vuelve a comenzar y ni una caja de pastillas puede salvarme
hagamos de cuenta que esto es un sueño el deseo temblando en tu dedo el hambre hueco /hincando en la transpiración para ver si el cuerpo aún respira el hambre y el miedo meciendo el látigo furioso con que romperán la sombra amalgamada en tu rostro el ropaje nocturno manteniéndote lejos emancipado/ruinoso/quejoso hagamos de cuenta que esto es un sueño el deseo buscando tu boca manteniéndose sólo por un hilito nocturno maldecido ferozmente por la vacuidad de la noche pero no es un sueño y en esta dulzura casi intocable mi mirada se retira/se aísla/se adormece y enfoca lo oscuro eso que duele tantísimo menos mientras la sombra de tu cuerpo arrimada junto a la mía se sostiene de la frialdad de las sábanas pero juro que existe un espacio en medio del lecho donde nuestros cuerpos se sustraen conmovidos todas las noches

Hijos de su madre

A vos, Romina, porque detrás de nuestras conversaciones  siempre rondan los fantasmas hijos de su madre ellos que tiritan bien adentro que gimen una vez más en busca de mi boca en busca de estos pechos pero como me falta tanta misericordia se acurrucan pariendo odio golpeando el rostro para que hable y mugen encabritados y arañan mi cuerpo hijos de su madre ellos todos inclusive él que habita en la hora del sueño y me desvela a mitad de la noche y al oído con mis ojos ya muy abiertos columpia el cuerpo hacia la sombra del corazón para que nunca desate este cuerpo del suyo y para que mi lengua quede recordándolo una vez más en medio de la siesta
gélido el nombre y en la lengua el hartazgo de la memoria muerta la palabra anuncia la desnudez del miedo al silencio al desvarío a la tentación por lo imposible que no llega pero resuena en el cuerpo y el galope en mis manos y la sed que zozobra horadándome

"Luisa" de Beatriz Vignoli

Tarde el nombre; no llega. En las horas vendrá. En las cucharas. En la madre, en lo hija de su madre, se le demora todavía la palabra. Cree la madre que el nombre vendrá como la lluvia, la muerte, la sangre. Pero el nombre no viene. El nombre no nace. Vivita y sin nombre ella está ahí, aún desanudada del lenguaje. Piensa la hija: -No te escribiré. Seré yo el pecho mudo, el pecho frío; seré el pecho glacial. Del libro "Bengala", Buenos Aires, 2009.
detrás de esta lengua ordinaria hay atisbos de dulzura pequeñas intermitencias con que sortear la dureza del día detrás de esta lengua impía corren las palabras como animales en fuga despavoridas, enormes y acaudaladas y muerden poco a poco los labios de los otros casi amorosamente para despertarles el deseo frente al espejo la bestia del corazón ruge desprevenida dilata su boca y bombea pide más y en medio de la noche dentro del cuerpo se oye un grito mordaz y tierno con esas palabras desearía develar la oscuridad que esconden las manos al encender el fuego los dedos presos de las llamas las palabras enhebradas en el filo del temblor del verbo develar la bestia del corazón y silenciar la lengua
cortar milimétricamente los pechos azorados las piernas huesudas, el reborde de la cintura que no cede que no pide ningún tipo de misericordia la navaja toma filo y hace un tajo entre estos dedos que me ayudan a moverme en la intemperie a tantear el suelo extendiendo con fino recelo el oído el cuerpo que es también frialdad, el órgano indispuesto salobre síntoma de que allí no hay que nadie a quien desear la que una vez estuvo dejó sus retazos las partes íntimas, adoloridas e informes cortar milimétricamente la lengua que balbuce el desastre erguir de manera precisa el cuchillo para que la mano no tiemble al momento de hacer la herida si estos dedos fuesen benditos escribirían en pos de una danza de la piel hecha jirones entre otras manos de mi piel materna sufrida y destetada de esa tierra que hoy no me contiene por eso las palabras surgen de ese lugar donde volver significaría contagiarse otra vez de nuevas pérdidas cortar milimétricamente el corazón para
Oscuro follaje del cuerpo. La luminosidad sopla como una vela encendida. El fuego se apaga pero queda arañando mis dedos. Me duele tanto más en el vientre desde que el ardor se ha extendido hacia esta piel. Oscuro follaje es el cuerpo. Follaje que resguarda nombres de cosas que aún no entiendo en mi vida. Un reino. Una casa perdida. Una larga pesadilla donde un hermano pronuncia maldades y desata con sus palabras el peor dolor. Y dentro del sueño lloro desconsoladamente, lo abrazo y le reclamo: ¿adónde te fuiste?. Oscuro follaje es su cuerpo. Misericordia, a él le falta tanta misericordia que escucharlo hablar, espanta. Tapo mis oídos para no escuchar el sufrimiento. Oscuro follaje era esa casa. Todos nos fuimos con una parte de esa oscuridad, invisible de pronto para los demás, pero resistente. Y ante esta distancia, también yo he cargado con esa negrura, con la sombra de la que pudo haber sido una casa pero siempre fue un desierto. Socorrida por nadie. Todos huimos, desesperados, ca
cada hombre tiene una sombra ceñida en su cuello mortuoria acechante bandida sombra que muerde el hueso de la nuca y arma un muro de tristeza mientras los dedos enhebrados en los cabellos besan amorosamente la piel dormida

Cuerpo, Hanni Ossott

Por asalto al amor sin preguntas por asalto el cuerpo los cuerpos y comienza la danza del animal en presa hasta el cansancio danza de cuerpos sudores sangre rotación de cuerpos canto elevado canto a la sacra pasión del cuerpo Hanni Ossott, "El circo roto". Caracas, 1996.
estoy aquí pero invisible con un rostro que tantea aquello que tanto escribe invisible ante la vida y la muerte las manos se vuelven locamente toscas con ánimos de arañar espejos a ver si en esa profundidad también existe ese otro rostro que a veces mira con aires de ingrato que a veces alardea que a veces emana una sensación de asco que a veces simplemente me observa con intención de cuestionar pero la invisibilidad de esta otra cara no se lo permite y lo borra con los dedos más sinuosos vos aquí no ingresás tu palabra no pesa más que la mía tu sombra no es más que un reflejo no te temo no te nombro así no existís

Llueve que llueve

Llueve que llueve pero no poesía, no cuerpo incendiado; sólo un pequeño diluvio que parte mis dedos; que recorre por las palmas de las manos, delicadamente, como besando el deseo de que la lengua consiga morder aquello que aún no está. Eso que podría surgir si el miedo no se detuviese de forma constante en medio de la boca. Plumífera boca que anuncia soledad, del cuerpo, de las manos, que reducidas al miedo, muestran la ferocidad del vientre. De tener las palabras justas tal vez escribiría el miedo. La poesía no se me da. Desde hace tiempo que no se detiene en esta estación. Llueve que llueve pero no en esta casa. La sequía del cuerpo también contamina la voz. No pronuncio más que el nombre al hablar. Hablo como en murmullos porque de humedad carezco. Mi nombre es por hoy lo único verdadero. En el fondo quiero decir que creo más en lo que soy que en todo aquello que me es externo. Llueve que llueve pero no poesía. Llueve miedo, cansancio, palabras que hablan de aquello que me he aprend

A veces escribir es esto

Caracas, 04 de abril A veces esto es escribir: lanzar al aire un montón de frases que sin duda marcarán la página. Tachar y rescribir lo duro del lenguaje. La palabra deseada que interiormente no quiere surgir. Dice que no es hoy el momento de salir a la luz, que no es el momento de hablar. Me pregunto cuándo lo será. A veces escribir es esto: simplemente mirar la página en blanco en espera de que ella lance un arañazo, visible y profundo. Y que el arañazo nos haga temblar. Que el estremecimiento sea una nueva herida. De ese modo el lenguaje hace tiritar, de miedo y de delirio, de espanto, por qué no; pero si no nos arriesgamos, nunca hablaremos las palabras que más duelen. El asunto es arriesgar al propio lenguaje; ese justamente que se mantiene en secreto y lo hablamos a solas. Nadie más que nosotros conoce el sabor amargo de la palabra que se repite dentro de manera silenciosa; y cada sílaba hace un hoyo dentro del cuerpo. Respirar no podemos, salvo a costa de dolernos inmensame
Caracas, 31 de marzo Soy de esas personas que cree en las palabras. Desde niña tengo ese afán de leer en un tono alto, para escuchar decir a mis labios, por ejemplo, la palabra resonancia. Si lo leído no resuena dentro del cuerpo, la lectura parece haberse diluido en un acto puramente automático, fútil y absurdo. El temblor de las palabras abre un espacio de una profunda intimidad; y tanto ellas como yo nos volvemos una parte de la otra. Nos mecemos en un vaivén extraño. ¿Eso es vivir la lectura? Soy de esas personas que cree que una palabra dicha en voz alta toma más fuerza. No logro perder la costumbre de tomar un libro de poesía y seguir con el mismo ritual. Eso. Para mí las palabras necesitan un ritual a diario. Y para mí hacer ritual es también amarlas. Lo mismo sucede con todo lo que se ama. Se van cercando los espacios, para que aquello que sentimos tan nuestro permanezca fuerte y estable. Y así sucede con la poesía. Leer poesía requiere de un entorno íntimo, sin duda mío. Hay
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¿Qué me deparará este silencio? si la lengua calla hay un evidente malestar emocional por eso me cuestiono mi propio lenguaje. en estas palabras debería revelárseme algo la señal de un recto camino donde esta mano me conduzca hacia  unas aguas donde milagrosamente el cuerpo adquiera otra vez el color el verdadero aliento la respiración hambrienta de esta escribiente que de diurna por hoy no tiene más que el nombre Pintura de Odilon Redon. 
Leyendo varias cosas: conociendo a Herta Müller y a Alda Merini, y continuando con el segundo conjunto de crónicas de Clarice Lispector. Sumamente complacida especialmente con Herta. Su prosa posee una belleza fragmentada, porque la narración se constituye a partir de imágenes muy cortas de las que siempre el ojo queda prendado. Yo he quedado prendada hasta la médula.
Córdoba, 21 de enero Comienzo un nuevo diario a pesar de que el del 2010 lo haya sentido tan corto. En los últimos meses he dejado truncas varias cosas: desde entradas de este diario como también poemarios sin terminar. Los abandoné justo en su mejor momento-no sé si se esplendor o de caída-pero el derrumbe, en mi vida, es tan necesario como el instante creador. Porque todo desplome significa un nuevo proceso que comenzará en algún otro tiempo.  Sólo en este mero acto de escritura- ¿automática?-no finjo. Cuando quiero gritar, escribo. Cuando me desbordo y no tengo este medio cerca, no escribo. Y es ahí cuando estoy obligada a cuestionarme severamente el acto de la escritura. Desde hace aproximadamente un mes que me silencio por diversos motivos: por falta de tiempo, por necedad o porque no me mantuve suficientemente quieta en un sitio por varios días. Es verdad: me he aventurado a hacer conscientes muchos pensamientos, pero siempre existe un nuevo impedimento que trae como consecuenc

La mansa alegría (Fragmento) Clarice Lispector.

Pues la hora oscura, tal vez la más oscura, precedió a esa cosa que no quiero siquiera intentar definir. En pleno día era noche, y esa cosa que no quiero todavía intentar definir es una luz tranquila dentro de mí, y la llamarían alegría, mansa alegría. (Estoy un poco desorientada como si me hubiese sido quitado un corazón y en su lugar estuviera ahora la ausencia súbita, una ausencia casi palpable de lo que antes era un órgano bañado en la oscuridad diurna del dolor). No siento nada. Pero es lo contrario a un sopor. Es un modo más leve y más silencioso de existir. Pero también estoy inquieta. Estaba organizada para consolarme de la angustia y del dolor. ¿Pero cómo me consuelo de la angustia y del dolor. ¿Pero cómo me consuelo de esta simple y tranquila alegría? Es que no estoy habituada a no necesitar consuelo. La palabra consuelo apareció sin que la sintiera, y no me di cuenta, y cuando fui a buscarla, ella ya se había transformado en carne y espíritu, ya no existía más como pensamien