Atardece y salgo a la puerta de mi casa a encender las luces. Camino despacio, recortando la distancia que hay entre cada farol, y en un acto casi sagrado, doy luz a la posibilidad de esta noche. De fondo, un cielo rojísimo: tropel que arriba con toda su furia, pero nunca lastima. Estos caballos, mansos como el arroyo, se alimentan de la hierba de mi hogar. Forman parte de este paisaje. Aquí nadie te quita el aliento, salvo la noche. Por momentos, me parece poder oír el diálogo entre los árboles y el frío de esta noche. Escribo con frío, mientras mis manos deliran.
Hace días me compré un cuaderno para pintar con acuarelas. Lo primero a lo que di vida es a un fondo selvático, con unos monos entre unas hojas inmensas. En el proceso de colorear cada hojita, algo se movilizó dentro de mí. Aquello que reverdece también me permite respirar. El pasado es un hacha en manos del demonio: cuidado con el tronco que deja uno a merced de los miserables. Entonces, ¿con qué témpera se cubre el miedo? Fragmentos de diario 2014-
Comentarios