Atardece y salgo a la puerta de mi casa a encender las luces. Camino despacio, recortando la distancia que hay entre cada farol, y en un acto casi sagrado, doy luz a la posibilidad de esta noche. De fondo, un cielo rojísimo: tropel que arriba con toda su furia, pero nunca lastima. Estos caballos, mansos como el arroyo, se alimentan de la hierba de mi hogar. Forman parte de este paisaje. Aquí nadie te quita el aliento, salvo la noche. Por momentos, me parece poder oír el diálogo entre los árboles y el frío de esta noche. Escribo con frío, mientras mis manos deliran.
Comentarios
beso verónica!
Otro beso.
Todavía resuenan en mi cabeza, ¿te molesta que me lleve algunos de tus balbuceos? Después te los devuelvo, me gustan las disputas territoriales del pensar ajeno-propio. A mis sentires no les gusta que le grite falta de originalidad: la soberbia los hace creerse únicos, usted vio cómo son los sentires!
cuanto nos parecemos entonces!
beso
marcelo