Leo a Marosa di Giorgio y pienso: qué nombre tan bello, qué suculento nombre, cómo no llamarme Marosa y escribirme, poéticamente, en un papel. Sus prosas eróticas parecen ser una búsqueda del lenguaje, algo raro. No es la búsqueda que pudo haber hecho Pizarnik, parece estar sujeta a otra cosa. Claro, todos los poetas buscamos algo, siempre estamos esperando la llegada de algo nuevo, algo que nos toque y nos estremezca. Pero Marosa tiene otra magia, no sé si es mejor poeta que otros que he leído, pero algo nuevo me está brindando. Comenzó a llover, silenciosamente. No quiero salir. Quiero estar en casa, disfrutar su cercanía, su oscuridad creada en los rincones. Quiero dormir.