Dejar que el
barco se pierda en el mar. No salvar la vela rota. No darle sutura. Ver,
lentamente, cómo las últimas partes se hunden en la más oscura noche. Pasar las
manos, a modo de caricia, sobre el cuerpo yerto y húmedo. Desprender. Degollar.
Hacer dormir un barco en la más terrible oscuridad y sentir paz.
Tobías
La luz, que ingresa por la ventana, mueve el mundo didáctico y emotivo de mi hijo Tobías. Parlan las manos sobre el papel. Nada es tan importante como entender que los sonidos están quietos sobre el agua. Aunque una quiera moverla, alterarla, ella está silenciosa, como abstraída de su entorno. No sabe decirlas, pero intenta, suelta “lenguaradas”, transforma un perro en guau guau. La música de fondo larga destellos de felicidad, de armonía, como si la vida fuese ir de compras de la mano de alguien a quien uno ama.
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