me dije esa noche:
a escribir hasta que los dedos ardan
pero la mecha de mis manos se fue apagando
y pensar que por horas
fueron un cincel
pero de pronto
la llama declinó en lamento y en estampida
mi voz se quebró dentro
y las palabras
unas a otras
se dijeron:
ya es hora de detenernos
y lloraron interminablemente
una sobre el hombro de la otra
hasta que al fin amaneció
y una vez más brillaron
y yo retraída
me dije:
a escribir hasta que los dedos se apaguen
Comentarios
Abrazo.
te abrazo
Vamos a ver qué pasa. Y como dice el gran Juan Calzadilla "que el poema sea el que nos lleve de la mano y no a la inversa".
Sigo en "Mínima".
Un abrazo.
Tal vez el asunto sea dejarse llevar, a costa de cualquier riesgo..
Un beso, nena.
Pasaré por tu blog.